Dos libros que demuestran la cercanía entre el periodismo y la literatura a través de la crónica y la opinión.
El lector es cómplice en el relato del Gatopardo
Me siento desolado como Cromwell Gálvez, el estafador limeño, y extraño a la desaparecida Marita Verón, tanto como su madre. Ahora busco sin encontrar, un libro del argentino maldito Raúl Barón Biza, y todo lo referente a la antropología forense me causa fascinación. Acabo de leer ‘Crónicas de otro planeta. Las mejores historias de Gatopardo’.
La revista Gatopardo, de origen colombiano, radicada en México, y distribuida en una docena de países latinoamericanos, es un bastión del periodismo narrativo. Ese género que se hace sobre asuntos reales, pero que no le resta posibilidades a la ficción, que con las encantadoras formas de la literatura, más la astucia de los autores, escribe mundos excepcionales inscritos en la cotidianidad.
Esta es la tercera publicación que recoge las mejores historias de Gatopardo. Las dos compilaciones previas (2001 y 2006) han marcado las cercanías y el camino, pero aún no han asentado el polvo que levantaron sus lecturas. Antologadas por el mexicano Guillermo Osorno, las 24 historias de ‘Crónicas de otro planeta’ llevan al lector por las geografías de Latinoamérica, por los paisajes internos de sus personajes, por las quebradas de la memoria, las selvas de la política y los océanos del deseo.
¿Cómo se hacen estas historias? Con lenguaje rico y datos relevantes, con tiempos y urgencias, con investigación y con amor por la escritura. Con contexto y estructura. Hay las que son más experimentales y otras más bien clásicas. Pero tienen ritmo, lo tienen en ese modo de soltar la información hasta un final redondo o de causar dudas, como una puerta abierta…
Hay más de un nivel de complicidad en la lectura de estas crónicas: la situación con el personaje, el personaje con el autor, el autor con el lector, el lector con el personaje: todos con la situación.Caminamos por los bajos fondos con el conflictivo Enrique Symns; subimos a las azoteas para buscar ovnis con el ufólogo Jaime Maussan; recorremos los burdeles en el fin del mundo o conversamos con el político, el astrónomo, el otro…
¿Acaso alguna vez Don Francisco nos muestra sus arrugas y ojeras mientras sonríe en Sábado Gigante o el escritor chileno Pedro Lemebel devela lo que oculta tras el pañuelo en su cabeza y los altos tacos de su divismo? ¿Sabe, el lector, cómo son los fantasmas que persiguen al asesino del Che o quién hace la ropa que viste Evo Morales?
Al pasar las páginas podemos ver a los personajes desde las lecturas de los periodistas y del cruce de información, para llegar a recuerdos y anécdotas, indiferentes para lo oficial, pero tentativas y sabrosas, cercanas, ante el lector curioso. FPC
La mirada lúcida y ácida de Arturo Pérez-Reverte
La mayoría de las veces enfrentarse a un artículo de opinión de Arturo Pérez-Reverte es como recibir un puñetazo en la cara. Así de fuertes o de conmovedores o de reveladores son sus textos.
El último libro que recopila sus artículos publicados en El Semanal, de España, entre el 2005 y 2009, se llama ‘Cuando éramos honrados mercenarios’. Antes publicó ‘Patente de Corso’ -que es el nombre de su columna en El Semanal-, ‘Con ánimo de ofender’, ‘No me cogeréis vivo’ y una primera recopilación de cuando comenzó a escribir columnas, por el año 93.
Escritos con una prosa impecable o con un deslucimiento premeditado y lleno de ritmo que solo puede permitirse quien maneja muy bien el idioma (Pérez-Reverte ocupa una silla en la Real Academia Española, a la cual acude puntualmente cada jueves), sus artículos son pequeñas piezas literarias llenas de la realidad que importa a la gente común.
Igual enfrenta, en un ‘tú-a-tú’, a los funcionarios del Gobierno cuando han tomado una decisión descabellada, que propone el ‘Día internacional de Scott Fitzgerald’, porque sí, porque es un autor que le gusta, o les menta la madre a los ‘geniales’ y políticamente correctos asesinos de la lengua española que proponen feminizar todos los sustantivos, sin que les importe destrozar el idioma, supuestamente en nombre de la igualdad de los sexos (‘de género’, dirían ellos).
Acusado de tener ‘mala leche’ -que la tiene-, este ex reportero de guerra, hace lo que muy pocos se atreven a hacer: plantear su verdad, sin pretender que ésta sea ‘la verdad’ y eso es lo que más se agradece en sus textos. Y muchas veces su verdad es hosca, es oscura, es pesimista, porque el mundo visto a través de sus ojos lúcidos (esos que han visto la muerte, la guerra, la estupidez humana) no tiene arreglo. Lo confirma con hechos, porque su opinión no es solo bilis derramada, es sobre todo información contextualizada, bien escrita y que no espera favor ni teme a nadie; ese es su secreto.
Pero entre los 196 artículos que componen ‘Cuando éramos honrados mercenarios’ también se pueden encontrar textos tiernos, cuentos mínimos, como ‘La niña y el delfín’, en el cual recuerda a su hija nadando feliz junto a un delfín, en uno de sus viajes familiares mar adentro. U otros para morirse de risa, como ‘No me pises, que llevo chanclas’ (en el cual se burla de la moda veraniega española); y no faltan sus reminiscencias de las guerras: ‘Nostalgia del AK 47’ o ‘La chica del blindado’.
En fin, son artículos imprescindibles por ser universales y por contar bellamente la fealdad de este mundo. IG