En uno de los espacios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE), en Quito, hay un viejo ‘literato’ a punto de morir. En sus años mozos recorrió toda la provincia de Pichincha con un solo propósito: motivar la pasión por la lectura.
Ahora no puede caminar. Yace inválido con tan solo dos opciones: o que alguien lo lleve consigo, o, finalmente, ser pronto sepultado en el panteón de metal.
Se trata del Bibliobús, un automotor que formó parte del proyecto de difusión lectora de la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo. Este comenzó a rodar en 1982, en la presidencia de Edmundo Ribadeneria. Fue adecuado en su interior con mesas, sillas y estantes con novelas, cuentos, poesías… para llegar a gente que normalmente no tenía acceso a una biblioteca pública.
Luego de haber dado servicio por cerca de dos décadas, a inicios del 2000 sus funciones cambiaron. Para entonces, según cuenta Jaime Martínez , del departamento técnico de la CCE, el Bibliobús fue adaptado para servir en el proyecto Esta Casa Sí Camina, en el que la institución cultural llevaba a artistas y obras de distinta índole hacia pueblos alejados de las grandes ciudades.
Siete años después, el bus fue estacionado por última vez en el parqueadero del lugar, cerca a la entrada de artistas del ágora. A finales del 2007 se lo dejó de usar. Con el tiempo se incorporó al panorama de la institución y se convirtió en un ‘inmueble’ más.
A tal punto ha logrado fusionarse con la estructura de la Casa que hoy pasa desapercibido por aquellos que transitan a diario por el sector. Una de esas personas es Ana María Arteaga, estudiante de Literatura, quien constantemente acude hasta la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo (desde cuya entrada se puede mirar al automotor). Arteaga, que normalmente está leyendo en los jardines de la CCE, dice que nunca se había dado cuenta de que este bus está oxidándose ahí desde hace varios años. Y al preguntarle sobre si sabía el propósito que tenía, ella responde que nunca había oído hablar de él.
“Ni siquiera pensé que éramos (los ecuatorianos) capaces de tener esta clase de iniciativas bastante propositivas”, dice al dar vueltas alrededor del ‘literato’.
Al inspeccionar el bus, algo interesante sale a colación: aún es un espacio para la difusión de la cultura y de la creatividad. Aunque a su interior no se pueda acceder por medio alguno (está sellado), sobre sus viejas latas quienes lo han visitado han dejado un rastro de su estadía.
Así, palabras estilizadas con un estilo grafitero como “jocker”, “angie>20” o “Brayan” son las huellas de los amigos de este anciano de las letras; uno que, además, parece haberse dedicado con empeño al licor, pues algunas botellas de cerveza debajo de él lo delatan.
Si las cosas marchan como hasta ahora, para noviembre entraría en un proceso de remate (eso si un mecánico evalúa que puede ser útil, para lo cual debe por lo menos rodar). También han intentado donarlo, pero nadie ha querido recibirlo.
Martínez y Patricia Robalino, del área de Comunicación de la CCE, afirman que no se lo puede volver a poner en marcha ya que es difícil conseguir varias de sus piezas. En algunos casos, por costos: hay repuestos cuya importación podría costar hasta 20 000 dólares; y en otros, porque ni siquiera se sabe cuáles son las partes que se necesitan.
Si no puede ser rematado, entonces será chatarreado. Con esto, uno de los capítulos móviles de la historia literaria del país hallará su fin en un desguazadero.
Algunos datos más…
Dos buses fueron donados a la Casa de la Cultura (no quedan registros de quién lo hizo) como parte de este proyecto de difusión de la literatura nacional.
Actualmente solo uno de ellos recorren provincias del sur del país, dentro del proyecto Esta Casa sí camina.
La marca del bus dañado es Ford Detroit, según el departamento técnico de la CCE. En 2004 lo matricularon por última vez.