La bella y el psicoanálisis

Está sobre el diván. Bella y desnuda como en Vidas Rebeldes lo mira con el rostro suplicante. Él, que ha acercado su sillón hasta rozar los dedos de sus pies, no sabe qué hacer. Le ha dicho todo lo que ha podido. Ha descifrado sus desventuras amorosas, su obsesión por el espejo, la relación con su madre esquizofrénica, pero no ha sido suficiente. Es demasiado compleja para aceptar sus interpretaciones.

Y demasiado inteligente para no cuestionarlo. Frustrado y excitado el psicoanalista se levanta repentinamente, enredándose con una sábana que ella ha dejado deslizar. De pronto se ha convertido en uno de sus galanes: Frank Sinatra, Yves Montand, Clark Gable… Talvez así pueda llenar tus vacíos, le dice. Abre los ojos y ve el diván vacío. Se ha quedado dormido durante cinco minutos esperando a uno de sus pacientes, tiempo suficiente para soñar en la Monroe. Nunca contó este sueño, solo dejó ver su dolor cuando ella murió supuestamente debido a una sobredosis de barbitúricos, el 5 de cinco de agosto de 1962.

Fue la versión oficial. Ralph Greenson, su último psicoanalista, que no dejó de soñar y pensar en ella hasta el día de su muerte (1979), nunca creyó que se hubiera suicidado, cuenta Michel Schneider en Últimas sesiones con Marilyn. La infancia terrible de la actriz, con un padre desaparecido, una madre desequilibrada y varias casas como hogares temporales, la derivaron, sin duda, al psicoanálisis. La diva, que había leído a Freud, llegó realmente a necesitarlo, casi patológicamente. Entre sus cuatro terapeutas estuvo Anna Freud, hija del padre del psicoanálisis.

Ha vuelto a cerrar los ojos. Esta vez es a Marilyn, que también amó las letras y escribió poesía, a quien espera en la consulta. Y se ve con ella en su mansión de Santa Mónica leyendo aquel texto sobre los sueños y pedazos de su literatura: “Ayuda, ayuda, ayuda/Siento que la vida se acerca cada vez más/Cuando lo que quiero es morir”. Contemplando el Océano, la bella repite: “Ayuda, ayuda, ayuda”. Su enigmática mirada azul se va borrando hasta mostrar un abismo en las pupilas. Despierta exaltado. Quiere olvidar que el diván ha quedado vacío.