Como los grandes genios, sin mayores explicaciones, el gran maestro Daniel Barenboim decidió cambiar el repertorio previsto. No comenzó con la primera sinfonía de Ludwig van Beethoven, se fue directamente a la segunda, sin dar tiempo a los organizadores para cambiar el catálogo.
Por lo menos alcanzaron a insertar una reseña de la segunda sinfonía, escrita por el compositor alemán entre 1801 y 1802 y dedicada a el príncipe Lichnowsky, su mecenas y amigo, de acuerdo con una de las tantas biografías que se han escrito.
Sin embargo, el cambio en el repertorio no fue tan brusco como el que ocurrió en el 2001, durante un concierto en Jerusalén, cuando decidió no interpretar una obra de Igor Stravinsky y prefirió tocar la ópera Tristán e Isolda, de Richard Wagner.
En otra ocasión interpretó la cabalgata de las Walkirias, del mismo compositor alemán. Algunos exaltados del público protestaron airadamente porque el autor, es decir, el mismo Wagner, era el compositor preferido de Hitler.
Una ocurrencia tuvo entonces Daniel Barenboim. ¿Por qué si tantos teléfonos celulares tienen a esa melodía como ‘ring tone’ no puede ser tocada por una orquesta sinfónica? El maestro, con toda su genialidad, siempre está dispuesto para la polémica, pero a favor de la paz.
El cambio agradó al público que repletó una vez más la Casa de la Música para ver por primera vez al director y pianista nacido en Argentina, de nacionalidad española, israelí y palestina. Es que el primer movimiento, un adagio con brío, es conmovedor, fuerte.
Los dos siguientes movimientos mostraron la enorme calidad de la Orquesta West-Eastern Divan, creada por Barenboim y Edward Said (+) para unir a diversas nacionalidades de músicos jóvenes, especialmente de origen palestino e israelí para fomentar la paz.
El ‘finale’ de la segunda sinfonía, un ‘allegro molto’ es una de las codas más maravillosas que inventó el maestro alemán; el público de la Casa de la Música lo comprobó y agradeció con aplausos prolongados.
En la segunda parte del programa, con la cuarta sinfonía del maestro alemán, se apreció mucho más la prolijidad del director para acoplar vientos y cuerdas y para dirigir a una orquesta donde predomina la juventud y la fuerza para conquistar los mejores escenarios del mundo.
Hasta la forma de ordenar la orquesta fue diferente. Los violonchelos y los contrabajos, que generalmente se ubican a la diestra del director, estaban al frente y a la izquierda posterior. El primer violonchelo, gran protagonista de la cuarta sinfonía estrenada en 1806, prácticamente miraba de frente al Director.
En medio de un gran derroche físico, Barenboim se agachaba casi a la altura del chelista para apoyar sus acordes. Los instrumentos de viento nuevamente jugaron un papel preponderante, lo mismo que la percusión.
La frescura y espontaneidad de esta sinfonía fue definida por Schumann como “bella y esbelta doncella griega entre dos gigantescas diosas nórdicas”. Igual como la mayoría de sinfonías del músico de Bonn, la cuarta remata con un ‘allegro ma non troppo’ en forma de sonata.
La octava sinfonía cerraba la noche dedicada a Beethoven, quien tuvo una gran predilección por esta obra escrita en 1812 en una de sus peores crisis familiares y de salud. Como es característico en las sinfonías del compositor alemán, el primer movimiento es fuerte y vibrante.
Los tres movimientos restantes, especialmente el final, mantienen un ritmo muy acompasado. El ‘alegro vivace’ que cierra esta sinfonía contiene una deslumbrante coda con la cual concluye esta fascinante obra.
“La realidad es que esta es la primera vez que estoy en Ecuador, aspiro a que no sea la última”, dijo Barenboim después del concierto y luego de recibir unos obsequios y agradecimientos de los directivos de la Casa de la Música.
Quito fue la penúltima etapa de su gira de verano europeo. El próximo destino es su natal Buenos Aires y atrás quedan los recuerdos de Ecuador, Colombia, Venezuela y España, país este último que financió la gira de Barenboim y su orquesta para que pueda mostrar todo su talento en más naciones.