Hay una búsqueda común que se vuelve evidente en ‘Coincidencias’, la muestra que junta las obras de la pintora Carmen Carreño y de la escultora Paulina Baca. Y esa coincidencia puede resumirse en una palabra: tierra.
Con colores, texturas, materiales y formas que evocan a la tierra, a su condición de dadora de vida, ambas artistas –eso sí, cada una a su manera– transitan un camino que habla de su relación con la naturaleza, una especie de apoderamiento de la misma, como pasaje hacia una nueva condición humana más integrada con aquello que la rodea.
De los 12 cuadros que Carreño aporta a la exposición, ‘Chacana azul’ es uno de los que mayor fuerza tiene, y también el que recibe a los visitantes que llegan hasta la Galería Cienfuegos (Galavis e Isabel La Católica) para ver la muestra. Y aunque ella no termina de coincidir con la observación, en ese cuadro y en un par más se vislumbran lejanas reminiscencias de Klimt: los dorados cuidadosamente repartidos en pequeñas figuras geométricas.
Carreño prefiere seguir identificando su arte como cromáticamente andino y nada más; “no podría utilizar otros colores que no sean los de esta tierra”. También tiende a ser andina en su geometría, que hace, recurrentemente, referencias a la chacana (cruz de 12 puntas, que es símbolo milenario de los pueblos indígenas de los Andes centrales).
Carmen Rosa Ponce, del Museo de Acuarela y Dibujo Muñoz Mariño, apunta también sobre este aspecto de los cuadros de la artista chilena: “El manejo y la simetría de los espacios, en ocasiones nos remiten a visiones aéreas del paisaje andino”; y de los apliques metálicos, tan comunes en su obra, añade: “Nos remiten a la orfebrería precolombina”.
Lo orgánico de las formas logradas en la madera y los metales trabajados por Baca sitúan a su obra muy cerca de la intención de la obra de Carreño.
La escultora dice que con cada pieza se propone “entrar en relación con la naturaleza y buscar una forma; solo se trata de observar y reconocer la forma buscada. De alguna manera lo que ya está en la naturaleza me dice algo y yo respondo a eso”.
Así llegó a Perfil interno en viga, dos vigas de eucalipto que se le antojaron piernas, cuando las llevó a su taller y se quedaron arrimadas la una a la otra en una posición humana.
Y por equilibrio, ese que siempre está buscando, llegó otra pieza: Vuelo, que con una delgadísima alma de hierro sugiere el movimiento de unas alas en cuatro pedazos de madera, que quedaron de tallar las vigas de Perfil. Cielo y tierra.
También se puede ver esta manera de llegar a la obra que tiene Baca en la maqueta de Eucalipta guardiana de semillas; la escultura original, de 4 metros de alto, ganó el concurso de escultura en madera en Mejía, y ahora se encuentra -descuidada, dice su autora- en un parque de ese cantón.
Las 10 obras que presenta pretenden evocar o remitir a la vida. Ya sea desde la dureza de las verticales o la cadencia curvilínea de la que logra dotar al hierro, la piedra o la madera. La muestra de estas dos artistas está abierta hasta el 21 de abril.