A Charly García le lanzaron un botellazo en el primer concierto en Quito, en 1988. Fue en La Chorrera. La razón no se sabe muy bien. Es posible que fuera porque la gente pedía, reclamaba y exigía que tocara Sui Generis. Llegaba con ‘Parte de la Religión’, su cuarto disco como solista. Hizo apenas una concesión: Rasguña las piedras.
A Charly García lo metieron preso en el penúltimo concierto en Quito, en diciembre del 2002. Fue en el coliseo Rumiñahui. Y la razón se sabe muy bien. Tocó solo dos canciones y se metió al camerino. Nunca más salió. Comenzaron los desmanes; la policía se lo llevó.
Habrá sido 1980 o 1982, tiempos en que se andaba de arriba a abajo con los discos de acetato, los Long Play (LP) de 33 revoluciones. Eran de rock, mayormente. Y en inglés. El castellano, al menos en el Quito de clase media, era para la cumbia, la salsa, los pasillos…
En aquellas épocas había que conocer a alguien, que a su vez conocía a otro que regresaba del extranjero con algún disco, que tardaba en llegar a Ecuador. Y aquel amigo del amigo regresó una vez de Argentina con un LP, que allá ya no había sido una novedad: se había grabado en 1972. Así supe que había un dueto llamado Sui Generis y el LP era ‘Vida’. El efecto fue algo brutal. No podía creer lo que estaba escuchando: había rock en español.
Encontrarse de golpe con el primer tema, Canción para mi muerte, a los 16 años era demasiado. “Hubo un tiempo que fui hermoso / y fui libre de verdad / guardaba todos mis sueños / en castillos de cristal”, fue como una ráfaga de verdad pura. Sentí que alguien me estaba diciendo y definiendo con ese sentimiento de buscar sin respuesta los abandonos, los despojos, los aprendizajes forzados, cuando quedábamos solos.
Era música de adolescentes, porque los que conformaban Sui Generis, Charly García y Nito Mestre, se conocieron en el colegio Dámaso Centeno. Y Charly lo admite: era una “Sinfonía para adolescentes”, como llamó al disco del fugaz reencuentro del 2000. Pero fue una buena música para adolescentes.
No se puede decir que Charly García fue el primero. Ese lugar lo ocupan Los Gatos, Litto Nebbia y Tanguito, Manal, Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll, Luis Alberto Spinetta, y tantos otros. Y para muchos no es siquiera el mejor del rock argentino. Los entendidos -esos que son melómanos en sentido estricto– reservan ese lugar para Spinetta, y sería muy merecido que así fuera.
Pero Sui Generis hizo lo impensable: tenía algo de tango, algo de rock, algo de folk, con la destreza en el piano y con la genialidad del oído absoluto de Charly. En poco tiempo se vendieron 500 000 ejemplares de ‘Vida’. Fueron tres años intensos de grabación. Siguieron ‘Confesiones de Invierno’ (1973) y ‘Pequeñas anécdotas sobre las instituciones’ (1974). Al año siguiente, con un país que vivía la crisis de la violencia entre la derecha y la izquierda, el dueto volvió a hacer lo impensable: llenar dos veces el coliseo Luna Park, el 5 y 6 de septiembre. Del concierto ‘Adiós Sui Generis’, se hizo una película. En marzo del 76, llegó la dictadura, a la que Charly gambeteó con metáforas que los militares no entendían.
Sui Generis se tuvo que separar porque ya no ofrecía nada a un Carlos Alberto García Moreno, nacido un 23 de octubre de 1951, que siempre tuvo que dar un paso adelante en la música y su poética. Esa es su marca: nunca se repitió, ya fuera con sus bandas posteriores: La Máquina de Hacer Pájaros y Seru Giran (la mejor que tuvo Argentina, Spinetta dixit) o como solista. Los discos ‘La grasa de las capitales’, ‘Modern Clix’, ‘Piano Bar’, ‘La Hija de la Lágrima’ y una larga lista marcaron la ruta del rock argentino que vino después. Para los argentinos, es su John Lennon. Es, también, su primer ‘rock star’.
Su humor es extraordinario e irreverente. Cuando la diva de la televisión, Susana Giménez, le preguntó si le gustaba una cena a la luz de la luna, dijo: “soy romántico, no boludo”. O en el concierto de Amnistía Internacional de 1988, a Bruce Sprinsteen, al que le apodan ‘The Boss’, le dijo “in Argentina, I am The Boss”.
Con la imagen de ‘rock star’ llegaron los excesos, los conflictos con todo y contra todo, destrozar hoteles, dejar a medias un concierto, bajarse los pantalones en público, internaciones por drogas, estar al borde de la muerte y salir adelante. A algunos eso caía muy mal; para otros, él siempre ha estado más allá del bien y del mal.
La culminación de sus excesos fue lanzarse, en el 2002, desde el noveno piso del hotel Aconcagua en Mendoza, solo para demostrar que no era “una persona común y corriente”, como le había dicho un comisario luego de un incidente.
En el 2010, cuando llegué al sexto piso de ese hotel, el botones que me llevaba a mi habitación me señaló la piscina: ahí es donde se tiró Charly. Yo no le había preguntado nada: ya era un atractivo turístico.
Comprar el boleto para un concierto era una ruleta. Había la posibilidad de que no lo terminara, sobre todo si el sonido era malo. Quizá alguien de oído absoluto pueda entender eso. Pero también era posible que tocara recitales inolvidables, como el mismo de La Chorrera o el que dio, en abril del 2002, pese al terrible sonido que el Ágora de la Casa de la Cultura ofrece. Entraba al camerino y volvía a salir. Se tiraba sobre una cama que tenía en el escenario. Y en la memoria me queda el del 2004 bajo un diluvio en el estadio de Ferrocarril Oeste. Era el Charly del ‘Say No More’.
En el 2002 lo entrevisté. No es buena idea hacerlo a alguien que se ha admirado. Me ganó mi condición de fan que hacía lo imposible por conseguir cada disco nuevo. Charly apenas decía tres palabras, se metía en su habitación por un minuto y volvía a salir. “¿En qué íbamos?” Le repetía la pregunta, decía otras tres palabras y volvía a la habitación. Una y otra vez por 15 minutos. La entrevista no se publicó, pero la disfruté. Y es que él es algo así como ese gran amigo, a quien uno sabe cómo “bancarse ese defecto”.