Raúl Pérez Torres, escritor ecuatoriano
La reciente muerte de los escritores José Saramago y de Carlos Monsiváis levanta la reflexión sobre la literatura de autores con compromiso social; ¿dónde radica su legado a las nuevas generaciones de autores?
Creo que el legado más importante, hablando solo de Saramago, fue que su militancia comunista, tras ser un campesino autodidacta, reivindicó en él su afán de justicia, su fortaleza y su bondad, un aspecto que va más allá de las ideologías. Cuando le tuvimos en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en su discurso estaba presente el antiimperialismo y el diálogo con los movimientos indígenas. Antes ya lo había probado al reunirse en la selva de Chiapas, en México, con el subcomandante Marcos. Recuerdo que decía: “Soy un comunista hormonal”.
¿Y de Monsiváis?Especialmente fue un escritor controvertido en México. He leído ‘Días de guardar’, ‘La tradición de la resistencia’ y otros escritos sobre la cultura popular mexicana y el cine. Fue una persona, un escritor de izquierda, que tenía muy presente la ironía, el humor, la sátira, especialmente dentro del periodismo, donde se burlaba de la ignorancia de los políticos. Me parece que la fuerza de su legado no se halla tanto en lo ideológico, pero sí en su punto de vista crítico y analítico.
¿El legado de compromiso social se ha sucedido en las generaciones posteriores?
No podría decir que se han sucedido. Creo que a mí me afectó la muerte de Saramago como la de Adoum, porque en ellos encontré firmeza ideológica, no se quebraron, sino que resistieron al poder. Los de mi generación seguimos en esa línea, en los libros, en la actitud, en revistas culturales, en frentes y movimientos, no podría decir lo mismo de las generaciones que vienen.
¿Existe un vínculo en los escritores de la generación de Saramago en cuanto al compromiso social?
Muchos los hicieron y muchos no. Hubo una forma de desmembrarse alrededor de ellos. Cuba fue el núcleo del pensamiento de América Latina y de allí surgió un montón de cosas. Cortázar, Paz, Fuentes y muchos otros estuvieron dentro de esta tendencia, de este campo social con una ideología de izquierda y en defensa de los derechos humanos.
La desaparición física de estos autores ¿puede asociarse con un cambio en la forma de entender la literatura en América Latina, alejada del compromiso social?
Sí, suceden cosas para el cambio. Desaparecen pensamientos generadores, y los que vienen buscan otros caminos, otros cauces en el arte, en la literatura, pues el artista tiene que hacer lo que la necesidad le dicta.
En cuanto a las formas y los estilos literarios ¿también hubo un legado?
Desde luego. Dejaron un espacio que permitió robustecer a la literatura latinoamericana, con esa manera formidable de expresar lo real, pero con un contenido mágico, que se relacionaba con la identidad de cada uno de esos países. Fue un aporte leer a esas personalidades. Así como con las causas, siempre habrán estilos y formas distintas que se corresponden con el momento.
¿Considera necesario un parricidio generacional?
Siempre es necesario cometer un parricidio en la literatura. El escritor joven se alimenta del escritor padre, para que en un momento dado se dé lugar a un alimento propio y profundo, que le llegue por otras necesidades, por su propia lucha. Es necesario matar simbólicamente al padre, para que nazca uno nuevo.
Así como Cuba, ¿el mayo del 68 marcó otro tanto en la visión del mundo de aquellos escritores?
Me parece que fue un ejemplo claro de matar al padre, se luchaba contra toda esa herencia, pero lo hermoso fue que eso lo aprendimos de una escritor luminoso y viejo, Jean Paul Sartre. Eso mostró al padre y al hijo, este último robusteciéndose ante el primero.
¿Cómo era comprendido el individuo, en relación a la sociedad, por esa generación?
El ser humano tenía una obligación moral y ética de instalarse en el hecho social y decir su verdad. Se trataba del individuo que combatía con las armas de la inteligencia, de las artes, de al literatura. En Saramago, esa búsqueda de justicia se hacía presente en sus obras y su compromiso personal, con su palabra.
¿La muerte de estos escritores pesa en la creación literaria iberoamericana?
Me niego a decir que se trata de una muerte. En el arte no convengo con que exista la muerte. Cuando leo a Adoum, a Benedetti, a Saramago, a Monsiváis, escucho su voz, su metalenguaje; no creo que hayan muerto, pues son los que, con la lectura nos invitan a seguir viviendo desde un plano ético, estético y humano. Es como cuando escuchamos los tangos de Gardel y decimos que “cada día canta mejor”.