Desde hace 19 años, Buenos Aires tiene su momento de arte plástica en lo que se conoce como ArteBA. Ha ido teniendo crecimiento en todo este tiempo y año a año van sumándose galerías y auspiciantes, pintores de nuevas generaciones que buscan allí su espacio.
Durante cinco días, más de 120 000 personas llegaron hasta el predio de la Sociedad Rural Argentina, en Palermo. No es comparable con la Feria del Libro, que dura más de 20 y cuenta con promedios de 1,2 millones de visitantes anuales.
Pero algo tiene: se pueden ver obras de importantes artistas aún vigentes, como el gran provocador León Ferrari, quien a sus 90 años sigue desestabilizando conciencias. Allí estuvo su Jesús crucificado sobre un avión de guerra estadounidense, que tanta polémica causó entre las agrupaciones religiosas cristianas.
Quizá lo más interesante sea para los jóvenes, quienes tienen una posibilidad más de mostrar su estética, darse a conocer y, por qué no, vender sus obras a un coleccionista. En un diálogo con EL COMERCIO, la pintora Paula Otegui, quien se encuentra en un colectivo de artistas jóvenes que se agrupan en la galería Pabellón 4 Arte Contemporáneo, no niega que esta “es una vidriera importante para los jóvenes”.
Sin embargo, no desconoce que “Buenos Aires aún es un mercado pequeño. En realidad he vendido 10 obras a un mismo coleccionista. Y es que hay pocos coleccionistas. Este año hubo bastantes ventas en ArteBA. Hay un interés en encontrar arte joven, no solo por los precios sino también por los artistas”.
La galería aglutina a jóvenes que tienen en sus obras una homogeneidad: imágenes múltiples que conviven en un mismo escenario. Parece una tendencia. “Y hay como una cosa de imagen contemporánea, algo más de la historieta”, añade Otegui.
Las instalaciones y los ‘perfomances’ parecen congregar a más gente. Allí están una versión de la Pirámide de Mayo, como un monumento en madera con escenas pixeladas. O una obra que delata un cráter, el Guo Cheng, una instalación de reminiscencias galácticas y asiáticas, armada como una orquesta popular china, con metalófono trash, vientos y voz, de Mario Caporali.
“Se trata de remitir a un imaginario de divulgación científica tipo Carl Sagan, en Cosmos. Pero también está el deseo de representar un imaginario del Java central, en donde las personas se sientan en el piso y tocan una especie de cuencos metálicos. Pero esto es hecho a partir de tanques de gas reciclados y afinados con lenguetas”, dice Caporali.