En el Centro Histórico de Quito, 10 patios recibieron la visión y la expresión de artistas provenientes de siete países. Ello dentro del proyecto Arte Contemporáneo y Patios de Quito (ACPQ), que se mantiene abierto hasta el domingo 3 de octubre.
Con luces y cables, con agua y metal, con roca y vegetación, con pasto y artesanías, con fotografía y textos fueron intervenidos los espacios seleccionados. Cada artista optó por un tema y un camino de reflexión: los límites de la razón, la guerra, las estructuras de poder, la memoria poética e histórica, el viaje, la leyenda, el medioambiente…
“Aunque cada intervención conserva las poéticas que caracterizan la producción individual de los artistas, es evidente que la mayoría ha operado dentro de una matriz temática, diagramada principalmente por complejas variables, como el acervo patrimonial arquitectónico, la cultura popular y la memoria histórica”, señala el crítico guayaquileño Rodolfo Kronfle. En las intersecciones de esas coordenadas -añade- se generaron los diálogos afectivos, se activaron las emociones y las indagaciones de sentido que las obras proponen.Pablo Herdoíza, estudiante de artes plásticas, destaca las intervenciones en el Museo Casa de Sucre y en el Hospital Psiquiátrico San Lázaro. En la primera, de Magdalena Atria, resalta el trabajo con la plastilina -“algo poco visto”, dice-: la composición, la onda cromática y el juego con la historia del lugar. Mientras que en la segunda, de Javier Téllez, ve un trabajo conceptual, que se relaciona con el ambiente desde los textos y el montaje.
Así, las expresiones contemporáneas se vincularon con la cotidianidad de los visitantes y de los espacios. Para la curadora quiteña Mónica Vorbeck, el arte (de estas intervenciones) no está en una obra autocontenida, sino que está en función de un espacio, con el cual traza líneas de diálogo; “no es como en el cubo blanco de una galería”.
La experiencia de ACPQ resultó, para algunos visitantes, compleja y luego aleccionadora. A Renato Cuesta, quien acudió con su hijo, la instalación de Priscilla Monge se le reveló cuando la guía de la Casa del Higo le explicó las leyendas que rodean al fruto que da nombre al inmueble: “Al inicio fue difícil comprender las obras, pero luego de mirar y leer se entendía lo que el artista quería decir”.
Según Vorbeck, esto se debe a que se está muy atado a la convención tradicional del arte, a las obras que demuestran un trabajo manual virtuoso, antes que a conceptos e ideas. “Si el trabajo manual se ve relegado, la obra no tiene ningún demérito, sino que se hace sobre la potenciación o resignificación de contenidos y su ubicación en contextos inversos”, asegura.
En esa línea, el curador cuencano Cristóbal Zapata señala que “hacer arte es producir artefactos poéticos, en el sentido de aparecer algo que antes no estaba allí y que le da un nuevo significado a ese lugar. No es un acto de magia ni de genialidad, sino de saber poner en relación los elementos, por diversos que parezcan. Es lo que hace Miguel Alvear por ejemplo: articular lo que se halla aparentemente inconexo, disperso, perdido”.
Además de la intervención de Alvear, Zapata reconoce otras obras de gran peso expresivo y conceptual, como las de Mona Hatoum, Magdalena Atria y Rubens Mano. “Quizá las tres propuestas más relevantes, pues la riqueza plástica y la pluralidad de sentidos que detonan están perfectamente acoplados”.
De esta forma, hasta el domingo, ACPQ estimula la apertura de nuevas vías para el trabajo artístico. El público puede disfrutar de estos último días.