‘Aprendí escribiendo por intuición’

De obrero a escritor. Hernán Rivera Letelier pasó de trabajar en salitreras y minas , a narrar en sus novelas a personajes de esos lugares. “El cambio no fue brusco”, dice.

De obrero a escritor. Hernán Rivera Letelier pasó de trabajar en salitreras y minas , a narrar en sus novelas a personajes de esos lugares. “El cambio no fue brusco”, dice.

Decir que uno es el inventor de la ‘rabona’ en pleno Mundial de Fútbol podría ser una locura. Al escritor chileno Hernán Rivera Letelier esa consideración poco le importa: “Yo la inventé a los 5 años, a pata pelada, con pelota de trapo y en cancha de tierra”.

El autor ganador del Premio Alfaguara de Novela 2010, por ‘El arte de la resurrección’ practicaba el fútbol en su natal Talca y otros sitios del desierto chileno, donde sitúa su novela premiada.

Regresar a ver esa ruralidad, pareciera ir contracorriente con la literatura actual, volcada hacia lo urbano. Pero Rivera considera que un verdadero escritor no se va con la moda, sino “con lo que está sintiendo, con lo que le sale de las tripas y a mí me sale desierto”.Una extensión de arena, que canta y cuenta en su escritura; que ha descubierto y ha metaforizado en 11 novelas (en su obra también hay dos libros de cuento y uno de poesía) . “Hallé en la prosa el lenguaje de esas llanuras infinitas, donde veo lo que no se ve, lo que los otros no ven”, dice mientras las recuerda y se acomoda en un sofá del Swissotel, de Quito, a donde ha llegado para promocionar el libro.

“Mi purgatorio y mi paraíso, mi hábitat” como le llama al desierto de Atacama es su geografía personal, allí habitó 45 años, trabajando en las salitreras y las minas. Por ello sabe cómo hablan y cómo piensan sus habitantes, como el inesperado narrador testigo de ‘El arte de la resurrección’.Un narrador que media entre acciones y descripciones, que hace suyos los diálogos. Rivera Letelier recuerda que mientras redactaba su primera novela, ‘La Reina Isabel cantaba rancheras’ (1994), creía que inventaba esa forma de escribir, se creía genio, hasta que supo que en el siglo antepasado eso fue hecho de la mano de un señor francés, Flaubert.

“No soy un teórico de Literatura, aprendí leyendo y escribiendo por intuición” cuenta Rivera. Él llegó hasta sexto año de básica pero se convirtió en un lector omnívoro, sobre todo de poesía chilena: “La mejor del habla hispana”.

Rivera, un autor que no se siente parte de la intelectualidad, es “antidisciplina, antisolemnidad, y antimétodo”, al momento de escribir. Cuando lo hace el autor no fuma, no toma whisky ni café, no escucha música, huye de todo estimulante. “Escribo con todo los sentidos, sin manías, sin mañas... escribo por placer”.

‘El arte de la resurrección’ se hizo, además de con su espacio y su estilo, con sus personajes. La novela cuenta la vida y el peregrinaje de un ser real, Domingo Zárate Vega, el Cristo de Elqui, quien a mediados del siglo XX predicaba su palabra por el norte chileno.

Entre ficción y realidad, la novela de Rivera nació como una idea nebulosa, de la que el autor no conocía los detalles, solo que tomaría la vida de ese Cristo, verdadero o falso, pero iluminado.

Un mesías al que todo el mundo busca - según el autor - pues siempre necesitamos uno que nos lleve a la tierra prometida... Pero terminamos teniendo falsos profetas en la política, en el arte, en la ciencia, en los negocios. Riendo un poco, incluso habla de una nueva religión: los libros de autoayuda. “Buscar espiritualidad en ellos es fatal”.

Personajes que son parte del pasado de Rivera Letelier se incluyeron también en la novela. El autor considera que uno inventa poco: “Lo que se hace está lleno de recuerdos, es 80% autobiográfico, pero no solo de lo que se vive, sino de lo que se sueña, de las ilusiones y de las esperanzas”.

Así surgieron personajes no previstos pero que aparecieron para armar su propia historia: Magdalena Mercado, una prostituta beata adoradora de la Virgen; el loquito del pueblo, Anónimo Bautista (léase las connotaciones en ambos nombres) y tantos otros hombres de la salitrera en huelga.

Rivera Letelier: sencillo y sincero, su voz y su risa lo muestran así. Frente a los hoteles, los cocteles, y las entrevistas, entre los gajes de la promoción de su libro el escritor dice sentirse “como una puta y como tal trato de pasar lo mejor posible... lo enfrento con humor, para no enfermarme”.

Con el humor que ha vivido desde niño, cuando aprendió a reírse de mí mismo. Entonces, adquiere tono de profeta: “Pobrecitos aquellos que no se ríen de sí mismos porque serán los próximos Hitler, los siguientes Pinochet”. Para él no es menester arrugar el ceño para decir verdades o grandes ideas. Considera que riendo el mundo sería distinto, “pero los poderosos se creen iluminados y todos los iluminados, excepto el Cristo de Elqui, no soportan el humor”.

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