A Ernie Hidalgo le destrozaron una tibia con un picahielo, lo quemaron con fierros al rojo vivo… Hasta que una noche, en el rancho de un capo narco en Sinaloa, una piadosa sobredosis de heroína calló sus alaridos. Desde entonces, a su amigo y compañero en la DEA, Art Keller, solo lo mueve la venganza.
La ola de violencia que vive México ha generado un fenómeno editorial que vive su apogeo: la ‘narcoliteratura’. Tanto ficción como no ficción de dispar calidad, mexicanos y de otras nacionalidades, el narco echó raíces en la imaginación de novelistas, cuentistas, periodistas e investigadores.
De hecho, varios de sus autores fueron las estrellas de la reciente Feria del Libro de Guadalajara, la principal del mundo hispano, y su tema -el narco- vendió incluso más que el bicentenario, según el director de la editorial Tusquets en México. Y es que la ficción es demasiado fiel a la realidad. Como Hidalgo y Keller, dos de los personajes de ‘El poder del perro’, la novela que narra tres décadas de lucha entre agentes y narcos, del estadounidense Don Winslow. El secuestro, tortura y asesinato de Ernie Hidalgo es calcado al de Enrique Camarena, el agente de la DEA infiltrado en los carteles mexicanos.
Según varios autores del género, el impulso definitivo llegó con la publicación en 2002 de ‘La Reina del Sur’ del español Arturo Pérez Reverte. El libro cuenta la vida de Teresa Mendoza, una mexicana oriunda de Culiacán, que llega a España y se mete en el narcotráfico. “No solo escribió esa novela tremenda, sino que fue el primer escritor respetado en el mundo que nos dio el lugar que merecíamos”, dice Élmer Mendoza, el capo de la narcoliteratura mexicana. Él llevó a Pérez Reverte a los bares de Culiacán y le enseñó lo que es ser duro en tierra de duros.
Con las aventuras del detective Édgar ‘el Zurdo’ Mendieta narradas en ‘Balas de Plata’ primero, y ‘La prueba del ácido’ después, Mendoza incorporó el bajo mundo mexicano en forma y fondo.
Los detractores de la corriente no ven más que una moda. ¿Tienen estas obras algún valor social? Juan José Rodríguez, autor de ‘Mi nombre es Casablanca’, una historia de narcos en Mazatlán, cree que en cierta forma, sí: “Es poco lo que la literatura puede hacer de manera directa para cambiar una sociedad, pero a veces produce milagros secretos (…) Un Zar mandó decretar la libertad de los siervos cuando leyó un texto de Turgeniev y se dice que el abogado Gandhi inició su prédica basado en las ideas de Tolstói”.
Ryszard Kapuscinski decía que para comprender un país no bastaba con diarios y noticiarios. Había que ir a los novelistas e incluso poetas jóvenes. Quizás algo de eso hay en la narcoliteratura.