Por muchos siglos nos hicieron creer que los seres humanos y el planeta Tierra éramos los centros del universo. En el siglo XXI, gracias a la investigación científica y los viajes espaciales, somos apenas un punto azul que gira a 250 kilómetros por segundo alrededor del Sol –una estrella-, de los millones que existen en la galaxia denominada Vía Láctea.
La gran explosión
Este inmenso océano cósmico fue el resultado de una gran explosión –el Big-Bang, hace 13.800 millones de años, aproximadamente-, que se sigue expandiendo. La vida se originó en una masa o colada acuífera compuesta por hidrógeno, nitrógeno, oxígeno y otros elementos.
Los seres humanos somos la consecuencia de un proceso de evolución geológica, física, química y biológica, antecesores de un pasado común –los primates sociales-, y estos del pez pulmonado que salió del mar y pobló la tierra en el reino de los mamíferos terrestres.
En este contexto, el cerebro humano ocupó un lugar especial, que hizo posible la creación del pensamiento –y con él la inteligencia y una serie de lenguajes- que culminó con la escritura. Y la aventura del aprendizaje continúa.
El pasado humano
Reiteramos: el planeta Tierra no es el centro del universo; tampoco la humanidad. Esta conclusión ha sido posible gracias a las investigaciones científicas que demostraron la existencia de billones de galaxias, una de las cuales es la Vía Láctea.
Algunas teorías han planteado el origen del universo. Dos tendencias han intentado responder a esta pregunta: el creacionismo, centrado en la idea de una creación sobrenatural, y el evolucionismo, que explica el proceso natural seguido por la materia, los seres vivos, hasta desembocar en el ser humano.
Pese a los avances científicos –en especial la teoría de relatividad propuesta por Alberto Einstein-, los conocimientos todavía no llegan a la gente del Estado llano. La información científica todavía es difusa y dispersa.
El pasado humano del “Homo sapiens” (del latín, homo = hombre, y “sapiens” = sabio) es relativamente reciente (200 mil años), cuando en África “un simio insignificante acabó rigiendo el planeta Tierra”, según Yuval Noah Harari. Hoy, la Tierra alberga 8.200 millones de habitantes.
Otras amenazas
En el siglo XX, tras el colapso del nazismo y el comunismo, el liberalismo no logró generar un mundo equitativo. Y el mundo global en el siglo XXI afronta otras amenazas: el terrorismo, el calentamiento climático, la pobreza extrema, el gigantismo digital y el colapso de las ciudades por la alta contaminación. Y nuevas maravillas se vislumbran, de la mano de la infotecnología y la biotecnología, así como de las neurociencias y los retos asociados a la robótica y la inteligencia artificial.
Si la explosión global -de magnitudes insospechadas- dio origen al principio, la humanidad sigue evolucionando en esta era llamada Andropoceno, en la que prevalece el señorío del ser humano sobre la naturaleza, el progreso impredecible -de la mano de la incertidumbre- y las limitaciones de un modelo de gobernanza político y económico concentrador y excluyente de bienestar.
Desafíos
La aventura del saber es una fuente inagotable de conocimientos y sabiduría, que exige a profesores y estudiantes una apertura mental, para experimentar y comprender el complejo mundo en que vivimos.
Los temas abordados en esta serie de artículos no resuelven ni agotan los fascinantes problemas de la ciencia y su incidencia en el bienestar humano, pero abren espacios para la reflexión argumentada sobre los aspectos más relevantes de la filosofía, la ciencia, las tecnologías y sus impactos.
La investigación científica, en este contexto, ocupa un lugar especial en las preocupaciones de los seres humanos, y en particular de docentes y estudiantes comprometidos con la búsqueda constante de la verdad y la realidad resultante de los fenómenos políticos, económicos, físicos, biológicos, sociales, ambientales y culturales.
Como complemento de este paisaje epistemológico es urgente insistir en la necesidad de prepararnos para entender el mundo en que vivimos, seguir las huellas o promover nuevas, para crear y descifrar nuevos caminos para la sociedad con una base ética, es decir, de factura humana.