Arte y artificio componen ‘La bicicleta voladora’, obra con la que el Teatro Negro de Praga – el original de Jirí Srnec, enfatizaron – presentó cuatro funciones en el país: dos en Guayaquil y dos en Quito. Aproximadamente 5 000 espectadores disfrutaron de esta pieza, un show de pantomima, danza ,y por supuesto, elementos maravillando y flotando en la oscuridad del escenario.
Pero no se trata solo de objetos flotando en el espacio y creando secuencias surrealistas, no; tras lo que las fluorescencias dejan ver en el escenario hay una historia, sencilla pero llena de referentes. Este aspecto es lo que diferencia a ‘La bicicleta voladora’, de otros trabajos con la técnica del teatro negro (hecha a base de luces negras estratégicamente ubicadas, que juegan con el vestuario y los objetos en escena).
La pieza fue escrita por el fundador del grupo checo, Jirí Srnec, quien se planteó toda una estructura dramática, en lugar de una consecución de actos. Y así como Srnec, con su experimentación, pero sobre todo con su amor por el oficio, inventó un artificio escénico para que las cosas vuelen en escena; su personaje es también un inventor que hallará (o recordará) que la única manera de volar es con las alas del amor.
La dramaturgia ubica la acción a finales del siglo XIX, en el apogeo de la mecánica y la búsqueda de conquistar los cielos, algo hecho hasta entonces con globos o planeadores. Volar en su bicicleta es la obsesión del inventor, en pos de ello se ha apartado de su amada; es entonces que pretendientes, ‘celestinos’ y dioses entran en la trama para hacer del amor un juego y del teatro, una travesura.
En ‘La bicicleta voladora’ las referencias llegan – para la historia – desde la mitología grecorromana con la presencia de Venus y Cupido (la belleza y el amor). Y – para la puesta en escena – desde el cine mudo, dado que conjuga la pantomima (de gesto amplio) con la música (similar a la de vodevil), también compuesta por Srnec. Si en el filme ‘Fantasía’, de Disney, en el capítulo ‘El aprendiz de brujo’, la magia de la animación hacía que escobas danzaran con Mickey Mouse; en ‘La bicicleta voladora’, es el efecto del teatro negro el que hace que el inventor dance con herramientas y faroles.
Ver la representación del Teatro Negro de Praga es, así, un ejercicio de imaginación, que a cinco décadas de su creación -curiosamente- cautiva la atención de generaciones marcadas por el zapping y la inmediatez informática.
Dentro de ese gabinete oscuro todo es posible porque 13 personas (10 en escena, visibles e invisibles, y tres técnicos) están trabajando y cuidando al detalle que el truco no se evidencie, que la magia no se devele… Esto a pesar del flash de la cámara de algún necio espectador.
En Quito, la agrupación dio doble función el mismo día (a las 17:00 y a las 20:00). Con apenas minutos de intervalo entre una y otra representación, los actores debieron sobreponerse al agotamiento que supone la acrobacia, la manipulación de objetos y la danza (figuras de ballet clásico y movimientos más contemporáneos). Pero ellos están preparados: “Para nosotros no es un problema, estamos acostumbrados a la vida de aviones, barcos, giras y representaciones”, señaló Vladimir Kubicek, uno de los integrantes del elenco.
Pero tras la fatiga llega el reposo, y así el Teatro Negro de Praga permanecerá en el país de turismo, hasta el martes, cuando retomará su agenda de funciones en Lima y posteriormente en Caracas. Ese trajín es solo parte de lo que hace el grupo para conservar el prestigio de su marca y salvaguardar su nombre ante los imitadores que surgieron con los años.