Se imagina a la novelista estadounidense Carson McCullers bailando sobre una mesa con la diva Marilyn Monroe, mientras el dramaturgo Arthur Miller y la escritora Isak Dinesen beben y las vitorean; sería uno de esos momentos en que la literatura se ríe de la solemnidad. Para compilar y develar esos momentos está‘Vidas secretas de grandes escritores’, una aproximación a la literatura, desde el desenfado y la humanidad de sus hacedores.
Robert Schnakenberg, el autor, repite lo hecho en su anterior publicación, ‘Vidas secretas de grandes directores de cine’: se apropia de una gráfica al estilo de cómic e imitación de grabado (similar a la popular serie de libros ‘for dummies’) y segmenta la redacción en varias cápsulas donde ubica información curiosa, con una esencia frívola y provocadora.
Así se cola a las jaranas y se mete entre las sábanas de una cuarentena de escritores, desde Shakespeare hasta Thomas Pynchon, pasando por los Fitzgerald, Kafka, Yeats, London, Twain, Plath, Tolkien, Sartre…
A las reveladoras reseñas biográficas de cada escritor les preceden unas fichas en las que constan datos como fecha de nacimiento y muerte, nacionalidad, signo zodiacal, lectura obligada, coetáneos destacables, estilo literario y una frase. Por ejemplo, en el caso de H.G. Wells se cita: “Cuando veo a un adulto en bicicleta, dejo de desesperarme por el futuro de la raza humana”; o la del beat Jack Kerouac: “Los grandes logros no los consiguen los que ceden a la opinión popular, las modas y las tendencias”.
Y con los hábitos de los escritores compilados en ‘Vidas secretas’ ciertamente la opinión popular era lo menos importante. Allí está Jack London cayéndose ebrio desde los muelles de Oakland, a la Bahía de San Francisco; o T.S. Eliot con su pulcritud y aparente seriedad, gastando las bromas más típicas y torpes a sus amigos; u Oscar Wilde presumiendo aún sentir el beso de Walt (Whitman) en sus labios.
Tras repasar los paseos en triciclo de Lewis Carrol o las visiones feéricas de Arthur Conan Doyle, entre otros hechos de autores dispares y disparatados, Schnakenberg otras tantas curiosidades como epílogo del libro. En esta parte se refiere a los empleos con que los escritores buscaban llenar sus apetitos más básicos o a la compañía que tuvieron de quienes nunca les recriminaron alguna de sus bizarrías, sus mascotas.
También están las disputas entre escritores (Gore Vidal vs. Norman Mailer, por citar una) y las reacciones frente a las diatribas de los críticos o de los colegas, como Robert Graves que refiriéndose a Dylan Thomas lo llamó: “demagógico masturbador galés que nunca saldó sus cuentas”
Si bien el libro puede ser asumido como un enlatado de literatura -que también lo es-, sus páginas se abren para el entretenimiento, para cambiar lecturas profundas y cuestionadoras, por otras anecdóticas y banales; algo así como un pasatiempo, como un territorio para el juego y el ocio. Acaso, se trata de un camino lúdico y frívolo para llegar a la obra de los grandes escritores, más allá de los vicios, las manías o las filias; más allá de cualquier vida secreta.