Nació a los pies del volcán Galeras, pero quiere morir frente al mar Caribe. Está consciente de que la vida se arma de contrarios, de Eros y de Tánatos, de carnavales y funerales, que nacer y morir son los instantes más ciertos del ser humano; que para cada amor existe un dolor, y que ese dolor se pinta con los colores del amor.Lleva por nombre el de Alicia Viteri, mas si no se llamara así igual hubiera hecho todo lo que ha hecho en su vida, no se arrepiente de nada.
Sexagenaria y joven a la vez, como si de una ficción se tratara, regresa a Ecuador esta artista colombiana, que tras nacer en Pasto, estudiar en Bogotá, y vivir en Quito y Panamá comprende dónde se halla su patria. No en la infancia, como creyera el poeta Rainer María Rilke; aunque esta edad se lleva varias piezas de ‘Memoria Digital’, exposición que abrirá el miércoles 8, en el Centro Cultural de la Universidad Católica.
La patria para Viteri está en una obra que rinde homenaje a “la vida, al amor y a la amistad, los tres lugares donde he vivido más largamente”. Dimensiones que se perciben en las imágenes de esta muestra, la más autobiográfica de las 11 que son el total de la obra de la artista. Un conjunto de obras que además de leerse en las paredes de la galería, se puede ver en un libro publicado en 2008 por Villegas Editores, de Colombia.
Entre las páginas sobresale el color, explosiones de él, que rodean a fotografías rescatadas de antiguos álbumes familiares. Retratos de sus padres y de sus hermanos, de su amor y de sus amistades presentan momentos de la realidad, mientras que los dibujos y la intervención digital ponen la cuota de ficción.
Es decir, las 53 imágenes son una confesión íntima de la artista, pero en contacto permanente con la ilusión, con las visiones que ella extrae de la realidad. Aunque no se reconoce en su homónimo literario, la Alicia de Lewis Carroll, comparte con ella la inmersión en un mundo maravilloso, al que ingresó no por una madriguera sino por la experimentación con las herramientas digitales: el computador, el Photoshop y el Zbrush. Esto porque el trabajo con químicos al que le expuso su arte desde muy joven la terminó enfermando e impidiéndole volver a pintar. Fue así que el computador entró en su vida.
Alicia Viteri se siente como “mosca en la leche” al jugar, al crear con elementos tecnológicos; considera que ese es un campo más cercano a la generación Y, que a sus contemporáneos. Pero lo aprende y lo afronta con humildad y con la rebeldía que la caracterizó en sus años de colegiala; cuando protestaba contra las monjas que la ‘educaron’. Ve en la rebeldía la cualidad máxima del artista y cree que “solamente la muerte te la puede quitar”.
De padre ateo y madre católica, ella misma consagrada a la Virgen del Carmen, Viteri conoció el mundo espiritual a través, no de la religión, sino del arte. Mediante él sabe que Dios existe y no necesariamente representado en curas.
Mariposas y pájaros, el Pichincha al amanecer o la selva tropical en su espesor enmarcan los momentos de su vida que se cuentan en ‘Memoria digital’. Su madre, la universidad, Stephan (su esposo), el cáncer, la tristeza de la pérdida y la alegría de la rumba pueden definir distintas etapas de su camino existencial.
Viteri crea tanto en el bienestar como en el padecimiento, pero en ambos lo hace con la convicción de que la manera de convertirse en un mejor ser humano es siendo feliz. “Me cansé de la tragedia, porque frena la creatividad”, dice, mientras mira por la ventana el cielo de Quito y redescubre que desde que vivió aquí en 1977 y 1978, los colores de la ciudad no han cambiado, sino que la nube de luces se ha expandido.
Entre esas visiones aún busca el color que le permita cumplir su sueño: pintar el amor.