Si como escribe el francés Roland Barthes, en ‘La cámara lúcida’, “lo que la fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez”, todas las imágenes de la muestra ‘Miradas sobre Quito’, trascendentes al tiempo, nos devuelven a esa ciudad de piedra y polvareda, que solo existió una vez, y nos devuelven a esos hombres que cámara en mano registraron esa única existencia.
Morgan, Laso, Salazar, Rivadeneira, Noroña y Pazmiño, están en esa andadura, están con testimonios gráficos que datan del siglo XIX e inicios del XX, como para dar cuenta de los procesos sociales que vivió Quito, como para reafirmar que la fotografía es química y mecánica, pero ante todo es memoria. Y junto a ellos están otros más actuales, algunos vigentes: Luis Pacheco, Augusto De la Rosa, Aníbal Utreras, Víctor Jácome, Luis Mejía, César Moreno, José Avilés, Guillermo Corral, Paco Salazar, Alfredo Lagla, Rómulo Moya, Pablo Cuvi, Pablo Corral y Sebastián Crespo.
Son los fotógrafos que conforman esta muestra que desde hoy se abre al público, en el Centro Cultural Metropolitano. Pero sobre todo son los fotógrafos que se hallaron con las arquitecturas de la ciudad, y que se significaron en las costumbres de su gente, en la fiesta y en la cotidianidad. La plaza y el arco son transitados por el misterio de la persona desconocida; por el indígena de poncho o el mestizo de sombrero; por la dama de vestido negro, tocado y sombrilla o la mujer de mirada esquiva ante la cámara… También, el coche tirado por caballos, la carreta halada por mulas, el automóvil y el tranvía, el avión de Ecuatoriana que se apresta a tocar tierra.
Algunas van de blanco y negro, otras con ese amarillamiento que bien le sienta a la nostalgia… además, están las que han cedido ante el paso atroz del tiempo, con la mancha y el desgaste.
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Son imágenes que invitan a reavivar la memoria a encontrarse con el pasado: la iglesia de San Francisco con las torres derruidas tras el terremoto de 1872 o la Plaza Grande con cercas metálicas en sus jardines o ese Panecillo, cuya silueta se dibujaba sin la Virgen alada. Irving Zapater, secretario técnico del Consejo Nacional de Cultura (que junto al Municipio de Quito organizan la muestra), dice que lo difícil no fue reunir el material, sino seleccionarlo. Recorre con sus ojos los cuadros durante el montaje y se deja llevar por la emoción, como Barthes lo hizo al pensar el retrato de su madre… ¿Quién no lo haría?
Están allí el Centro Histórico, el trazado de la urbe en vertical y las luces de la ciudad moderna sobre esa geografía irregular. Es ese Quito que se deja seducir por el romanticismo y por el progreso, el que entra en tensión por las gentes que habitan sobre su piedra y su asfalto, el que ya no tiene espacio para el capariche, pero que abrió uno para el ‘drag queen’ que baila afuera de la Catedral.
Acaso es el silencio que rodea a la imagen, o la relación con el tiempo que transcurre, o esos lugares que ya no pueden ser vistos, o ese diálogo de miradas donde también se reconoce el espectador, o bien es todo ello lo que envuelve de poesía a ese instante frente a la fotografía, a esa atmósfera que se recrea en la reflexión, en la imaginación o en la duda.
Un hombre en uniforme cabalga por en medio de la Plaza Grande adornada de fiesta, lo escoltan tres soldados; él, empuñando un sable, saluda a una quincena de personas que lo miran, en el centro de la plaza no hay monumento a la independencia, apenas una fuente… entonces aparece la duda de si se trata del presidente Eloy Alfaro. Otra: junto a la iglesia El Sagrario, un gendarme acaba de arrojar un proyectil ¿una piedra?, ¿una granada?, detrás de él, otros uniformados y algún civil siguen la trayectoria de lo arrojado… se trata talvez de la Guerra de los Cuatro Días. Una más: un grupo de estudiantes de Bellas Artes atiende las lecciones de su profesor, ilustraciones de anatomía cuelgan de las paredes del salón… ¿algún maestro surgió de ese grupo adolescente de mirada atenta?
Y así, los coches de La Victoria, La Alameda, los futbolistas de 1916, los toreros de antaño, el cortejo fúnebre que llega a El Tejar, la Naciones Unidas y La Carolina, las tomas aéreas de una urbe comida por la neblina o por el tráfico, la elección de la ‘reinita’, el hipódromo, el Cristo con lágrimas de sangre y los cucuruchos…
Si hacemos caso al dicho de que “una imagen vale más que mil palabras”, y hasta ahora contamos 794 términos, va siendo el tiempo de encaminarse hacia el Centro Cultural Metropolitano. Le esperan, lector, 160 fotografías.
Sobre la muestra
‘Miradas sobre Quito’ se exhiben desde esta noche, a las 19:00, hasta el 22 de febrero, en las salas I, II, III y IV del Centro Cultural Metropolitano.
En la muestra, el público también podrá admirar imágenes de Quito captadas por fotógrafos extranjeros como Rolf Blomberg y Theodor Goldschmid, y otras de autores no identificados. La entrada es libre.
Esta exposición se suma a los esfuerzos realizados por el Consejo Nacional de Cultura, en el rescate de la fotografía patrimonial. Lo ha hecho antes con la colección Fotografía del siglo XX.