Edificación monumental y patrimonial que en sus interiores alberga el ser y el sentir de las bellas artes, eso es el Teatro Nacional Sucre. Pero también es un ícono de Quito, por la relación que mantiene con la población, y un escenario referencial dentro del circuito latinoamericano.
Hasta llegar a este punto se cuentan 125 años y una historia, aún más antigua, que cimenta tal edificio. Lo que ahora se conoce como Plaza del Teatro fue hasta 1765 el solar y patio de carnicerías de la colonial y franciscana ciudad. Allí también se realizaban festejos taurinos y en 1790 se convirtió en plaza de toros. Como testigo de las decisiones de poderes de turno, procesos sociales y pensamientos postindependentistas, en 1867 el espacio fue destinado a la actividad teatral.
Una década después, sobre las bases de El Toril se inició la construcción del resto del inmueble -portada neoclásica incluida. La labor concluyó en 1887. Y así el Teatro Nacional Sucre se alzaba en símbolo de ‘progreso y civilización’ de la ciudad e incidía en la cotidianidad de los quiteños.
Desde el pianista parisino Capitán Voyer y la Compañía Dramática Fernández-Vireli, algunas proyecciones de cine y también bailes de sociedad; hasta las óperas, festivales y otras producciones actuales, el Sucre ha ido cambiando y renovándose. La más reciente intervención finalizó en el 2003, pero antes ya se habían dado variantes en la cubierta y las bases, en las diferentes localidades y en exteriores. También en los decorados, tanto con el relieve de Orfeo y las nueve musas, como con la estatua de Antonio José de Sucre y el mural interior, pintado por Jaime Zapata.
Eso, brevemente, en cuanto al edificio, pero un teatro no puede ser sin la gestión que lo sostiene y dinamiza. En las labores administrativas y de producción se ha contado con el aporte del Estado, del Banco Central, del Fonsal, de la Sociedad Filarmónica de Quito y desde su más reciente readecuación, la Fundación Teatro Nacional Sucre, adscrita al Municipio.
Stalin Lucero, jefe de Producción, dice que se ha dado continuidad a la gestión iniciada por Julio Bueno y que, bajo la dirección de Chía Patiño, se ha tecnificado los procesos de producción.
Asistiendo a mercados culturales internacionales se arma la programación con uno o dos años de anticipación. De todas la propuestas nacionales y extranjeras (alrededor de 150) se realiza un proceso de selección y tomando en cuenta parámetros de calidad, características técnicas y condiciones poblacionales, la Fundación destina a los seleccionados a los distintos espacios que administra: el Teatro Sucre, el Variedades, el México, la Casa de la Fundación, la Plaza del Teatro y el Centro Cultural Mama Cuchara.
La crítica a esta gestión se ha hecho escuchar a través de las redes sociales por actores culturales del país, quienes reclaman una mayor participación de los artistas escénicos ecuatorianos en la programación del Teatro Sucre.
Lucero señala que el 90% del México y el Variedades es coproducción con gestores independientes y colectivos del país. La Fundación tiene un presupuesto público de USD1 514 000, pero en su modelo de gestión entran también USD 380 000 por taquilla y USD 830 000 por autogestión (coproducción, apoyos, auspicios, servicios).