La cultura es libertad y disidencia

Fernando Balseca junto a la biblioteca que tiene en su casa ubicada en el norte de Quito. Está convencido de que la lectura es un modo de estar críticamente en la realidad. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Fernando Balseca junto a la biblioteca que tiene en su casa ubicada en el norte de Quito. Está convencido de que la lectura es un modo de estar críticamente en la realidad. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Fernando Balseca junto a la biblioteca que tiene en su casa ubicada en el norte de Quito. Está convencido de que la lectura es un modo de estar críticamente en la realidad. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Desde 1975, cada 9 de agosto el país celebra el Día Nacional de la Cultura, una fecha que este año coincide con la entrega de los Premios Eugenio Espejo. En esta entrevista, Fernando Balseca reflexiona sobre la cultura, un ámbito de la vida que transita entre lo personal y lo social.

Benjamín Carrión estaba convencido de que el país podía convertirse en una potencia cultural, ¿por qué esa idea sigue siendo una utopía?
La idea de Benjamín Carrión de que el país se convierta en una potencia cultural es interesante y tiene vigencia, pero sigue siendo una utopía porque necesita el correlato de una sociedad en la que cada ciudadano entienda la importancia de respetar la ley y las normas. Ecuador es un país donde las leyes son meramente formales y donde instituciones, de todo tipo, no permiten ejercicios de libertad amplios. Hay que entender que la esfera cultural no se desenvuelve separada de la esfera de la vida social. Creo que esta idea no podrá desarrollarse mientras no exista una cultura democrática enraizada en la sociedad.

En ese contexto, ¿el Día Nacional de la Cultura no viene a ser un simple saludo a la bandera?
Creo que muchas cosas en la sociedad ecuatoriana son retóricas. Por un lado, me parece que este día sí es un saludo a la bandera, porque hay celebraciones y se entregan premios, pero los otros 364 días del año la cultura no solo pasa a segundo sino a un último plano. Por el otro lado, hay ciudadanos que están convencidos de que la cultura es un espacio necesario de la condición humana y trabajan en ello a diario. Pensemos en todos los espacios independientes o universitarios, o si queremos en ejemplos más particulares, como la persona anónima que arma un club para promover la lectura. Esa es una forma de colocar a la cultura en un lugar importante de nuestra vida cotidiana.

Durante gran parte del siglo XX la cultura estuvo atada a la idea de identidad nacional, ¿qué pasa ahora?
Para las nuevas generaciones, pienso en personas de 40 años para abajo, la cultura ya no está tan atada a esta idea de identidad nacional sino a la de un campo más expandido, donde lo global y las nuevas comunicaciones juegan un papel importante. Lo local sigue siendo valioso, pero ya no es el fin último. Me parece que lo importante es establecer una relación dinámica entre lo local y lo global, porque nada en la dimensión humana es caduco, solo necesita de nuevas lecturas.

Una de las cosas que defendía Carrión era la independencia de la cultura y el Estado, ¿cuál es su visión de la creación del Ministerio de Cultura?
Mi lectura es absolutamente negativa y crítica. Para mí los orígenes son importantes. El Ministerio de Cultura tiene su origen en el proyecto político liderado por el expresidente Rafael Correa, que desinstitucionalizó al país, en ese proceso la cultura no quedó al margen. Independientemente del nombre del ministro que haya asumido el cargo, de su capacidad de gestión, o de su preparación, la existencia del ministerio me parece nociva. La cultura tiene que ver con el ejercicio soberano de la libertad y, sobre todo, con el de la disidencia. Las manifestaciones artísticas que forman parte de las expresiones culturales son, en su mayoría, disidentes, porque cuestionan las cosas que supuestamente son verdades.

¿Dónde quedó la Casa de la Cultura Ecuatoriana?
Sabemos que la Casa de la Cultura Ecuatoriana no funciona bien desde hace décadas. Lo que debió hacer el Gobierno es convocar a los actores y gestores culturales para juntos pensar cómo dinamizar ese espacio y cambiar sus estatutos, pero no lo hizo. Lo que yo veo es que querían controlar las expresiones culturales y por eso crearon el Ministerio. Para mí, ese es un proyecto mayoritariamente fallido. Lo que rescato son la serie de proyectos presentados por los mismos artistas.

¿En el país hay un centralismo cultural?
Históricamente se ha dicho que en el país existe un bicentralismo en todos los ámbitos de la vida social. Creo que para saber con certeza qué pasa con el ámbito cultural necesitamos un estudio. De lo que sí estoy seguro es que la desintitucionalización del gobierno anterior profundizó ciertas ideas regionalistas, que llegaron a todos las esferas de la vida, incluso a la cultural.

En un mundo donde las nuevas narrativas culturales transitan por los video­juegos, las series de televisión, los podcast y los cómics, hay personas que insisten en debatir entre alta cultura y la baja cultura. ¿Cuál es su lectura?
La diferencia entre alta y baja cultura es un debate que apareció con el ascenso de la sociedad burguesa y que estuvo muy en boga desde inicios del siglo XX, hasta después de las dos guerras mundiales. Si ahora uno va a los espacios donde se discute la cultura esa distinción no aparece. Antes se menospreciaba a las expresiones culturales populares, pero en las últimas décadas lo popular ha sido redimensionado y ha adquirido otro valor. Algo que impulsó este cambio es esta idea de un mundo expandido que tienen las nuevas generaciones.

¿En ese contexto, es necesario reconsiderar qué entendemos por cultura?
Ese ejercicio es algo problemático. Si uno entra a buscar en Internet definiciones se encuentra fácil con doscientas. Sin embargo, en esencia la cultura es un concepto que tiene que ver con los hábitos, las costumbres y las manifestaciones del cuerpo y del espíritu. Me parece oportuno señalar que las manifestaciones culturales son importantes para la sociedad, porque nos ponen ante la cercanía de lo finito. Al igual que las expresiones artísticas buscan que reconozcamos la finitud en la que vivimos, la precariedad del tiempo de nuestras vidas y la fragilidad que tienen las utopías.

La pandemia ha mostrado la importancia que tiene la cultura en la vida cotidiana de las personas. ¿Cuál debería ser la prioridad de las instituciones públicas y privadas en este sentido?

Lo primero es que las instituciones públicas y privadas reconozcan el déficit que tienen frente a la cultura. No es posible que celebremos el Día Nacional de la Cultura y que en el país no haya bibliotecas públicas en cada barrio. Vivimos en una sociedad que no lee en un sentido amplio. Porque uno puede leer un libro lo mismo que un cuadro, la escena teatral, la actividad callejera e incluso la actuación de los personajes públicos. La lectura, en el sentido amplio al que me refiero, es la base de la formación de lo humano. Se festeja el Día de la Cultura pero todo lo que hace el Estado es despreciar la cultura e impedir que nosotros seamos ciudadanos críticos.

Hablando de libros, ¿hacia dónde se están dirigiendo los discursos culturales en la nueva literatura ecuatoriana?
Me parece que en el país y en general en América Latina, la literatura está renovando sus discursos. En el país -y esto conecta con lo que hablábamos de la identidad nacional- se ha reconocido que no hay temas únicos que tratar. También hay que entender que en cada época se vive una tendencia y una tensión distintas. La riqueza de la literatura ecuatoriana actual está precisamente en esa libertad temática y creativa que finalmente se ha logrado consolidar. Lo que interesa es la condición humana y la producción de lenguajes estéticos que puedan con­mover al lector.

¿Hacia dónde deberían apuntar los debates culturales en estos tiempos de confinamiento?
Me parece que los debates culturales deberían apuntar,básicamente, a impulsar a la gente a pensar cómo ser mejores ciudadanos en los distintos papeles que desempeñamos: desde el aula escolar, pasando por los trabajos que desem­peñamos, hasta cuando somos simplemente peatones en la calle. Hay que recordar que la cultura siempre se dirige hacia las pequeñas verdades de nuestra existencia.

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