Los habitantes de Cruz de Ventanas tienen riego para los pastos y los cultivos. Foto: Ángel Barona para EL COMERCIO
La temperatura bordea los seis grados centígrados. A 4 000 metros sobre el nivel del mar, el viento gélido golpea con fuerza y mece a los pequeños árboles de yagual y polilepys que crecen lentamente.
La protección del páramo está en manos de los vecinos de la comunidad Cruz de Ventanas, de la parroquia Simiatug, en la provincia de Bolívar.
Una espesa neblina baña a un grupo de campesinos que realiza un recorrido de rutina para verificar que las poblaciones cercanas pastoreen con su ganado lanar, caballar y vacuno en las 150 hectáreas de páramo que protegen 36 familias de esa comunidad.
Este espacio se convirtió en el reservorio de agua que beneficia a este grupo de campesinos. Kilómetros más abajo la utilizan en el riego de los cultivos de papas, maíz, zanahoria, habas y pastos para el ganado vacuno y de los camélidos. Las familias viven de la producción lechera y la comercialización de las legumbres y hortalizas que producen. Desde este sector se entregan 300 litros de leche, pero por el estiaje bajó a 150 litros. Este es el principal ingreso económico para estas familias.
A cada paso que dan, las botas que calzan Leonidas, Luis, Serafina y Néstor Chimborazo, vecinos del sector, se hunden en esta inmensa alfombra verde. Las almohadillas (especie de esponja que retiene el agua lluvia), el pajonal y otras plantas propias de la zona ayudan en el almacenamiento del líquido vital que, poco a poco, brota y desciende por pequeños riachuelos hasta un gran reservorio construido con hormigón armado.
Luis está alegre porque tras 10 años de intenso trabajo de conservación del páramo consiguieron recuperar los 10 litros de agua por segundo, pero ahora por el estiaje el caudal descendió a tres litros. “Cuando hay lluvias en la parte alta, llega hasta 10 litros por segundo. Ahora, por la falta de lluvias, bajó a tres litros. Sino protegiéramos el páramo, no tendríamos el líquido vital. Ya ocurrió en el 2006 cuando fragmentaron esas tierras y se repartieron para dedicarlos al pastoreo de ovinos”.
El hombre, de 35 años, recuerda que más de 300 cabezas de ganado vacuno, ovino y caballar, de propiedad de los comuneros, depredaban las 150 hectáreas de páramo que ahora están en recuperación. La erosión afectó a gran parte de este territorio.
Sacar a las familias no fue nada fácil. “Tuvimos que hacerles entender que esa era la única alternativa para tener agua en el futuro, no tenemos nevados cercanos para abastecernos de líquido de los deshielos”, cuenta Leonidas Chimborazo, quien inició el plan de conservación en el 2007 y, actualmente, trabaja como promotor en el cuidado y protección del páramo.
Leonidas vivió de cerca estos problemas puesto que la mayoría de los habitantes de Cruz de Ventanas se oponía a la restauración de esta área verde. En un momento pidieron apoyo a los técnicos del Instituto de Ecología y Desarrollo de las Comunidades Andinas (Iedeca), que trabajaba con éxito en la conservación de una parte de los páramos de Chibuleo y Pilahuín en Tungurahua.
Rodrigo Chontasi, especialista, les ayudó con las charlas y les proyectó un video con la idea de cambiar de criterio de los comuneros. “Les dije que si no adoptaban medidas inmediatas, más tarde no tendrán agua para regar sus tierras y que deberán migrar a otros sitios”, comenta.
El criterio a la gente fue duro porque los conflictos se mantenían. En una tarde los comuneros se reunieron y decidieron firmar un acuerdo para la conservación de esta área. “En ese mismo instante nos dirigimos donde el Comisario y todos los jefes de hogar firmaron para la preservación de esta área. El documento pronto fue notariado y está vigente. Desde entonces nadie puede entrar a la zona ni avanzar con la agricultura”, dice Leonidas Chimborazo.
En el pueblo, Serafina Chimborazo está feliz porque produce legumbres, hortalizas y pastos para 6 cuatro cabezas de ganado que cuida. Ella comercializa 35 litros de leche diarios. “Ahora tenemos ingresos por más de USD 300 mensuales”.