La Cruz penitencial actual tiene unos cinco metros de largo. La original era de una sola pieza. Foto: Archivo particular
En 1730 se hallaba como sacerdote de la doctrina de Nuestra Señora de la Purificación de Puntal (hoy Bolívar) fray José Pintado, de origen español, quien se interesó en que en la iglesia de su pueblo existieran imágenes apropiadas con las que se pudiera representar la pasión de Cristo en Semana Santa. Se puso en contacto con Francisco Tamayo, cacique de Puntal, y su esposa Micaela Sánchez, para que motivaran a los habitantes de la zona y mandaran a trabajar una cruz penitencial que pudiera servir en los oficios religiosos de la Semana Mayor.
En una carta dirigida por el padre Pintado al comendador del Convento de La Merced de Quito, fechada en 14 de agosto de 1731, le indica que …“los naturales llevados de su celo por el amor a Dios Tpodrso han solicitado se les permita limosnar una nueva cruz penitencial que sirva para rememorar la pasión de Ntro. Salvador en la Semana Santa, ya que la existente es muy pequeña y vieja, por lo que ruego a su Patrd autorizar desta gestión que vendrá en bien y provecho de las almas desta región de Ntra. Sra. de la Purificación de Puntal.” (Archivo del convento de la Merced de Quito. Doctrinas de los Pastos, T. III, fl, 25, 1732-1740)
Para diciembre del mismo año, el cacique Tamayo pide permiso a fray Juan de Heredia, cura doctrinero de Huaca, para inspeccionar los bosques de Monte Oscuro (actual región de Huaca) a fin de localizar un buen árbol de arrayán del cual obtener la madera necesaria para fabricar una cruz que será venerada en la iglesia parroquial de Puntal.
El 24 de julio de 1732, fray Heredia informa al superior de Quito “…también han venido desde Puntal buscando un madero grande para fabricar una cruz alta para su iglesia. He visto que han trabajado un árbol muy grande que prodigiosamente les ha permitido sacar toda la cruz de la propia mata sin necesidad de pegar los brazos”. (Ibid. Archivo la Merced, fl. 26)
En el inventario parroquial de 1794 consta: “Cruz grande penitencial, cuyos devotos son descendientes de Francisco Tamayo, quienes la trajeron desde las montañas de Huaca hace varios años”.
Una de las primeras referencias históricas sobre la procesión de Semana Santa que se realizaba en Puntal en el siglo XVIII, la debemos a fray Luis San Miguel, recoleto agustino que estuvo en ese lugar en 1805. La tradición se mantiene intacta hasta nuestros días, siendo el único pueblo en la zona norte del Ecuador que ha conservado de manera invariable la costumbre religiosa.
La celebración litúrgica en Bolívar data del siglo XVIII. Guarda las tradiciones de la época colonial.
“Muy por la mañana de este día amontonan muchas ramas que llaman de arrayán que traen de las montañas cercanas y componen un llamado monte Calvario frente al altar mayor de la iglesia (…) En el centro levantan la cruz gigante de aproximadamente siete varas por dos y media y con un peso de más o menos 24 arrobas, que dicen fue traída por algunas gentes desde las lejanas montañas de Guaca. Está pintada de color verde y en su base hay una piedra de ara del altar que pertenecía a la antigua iglesia del pueblo que pesará más o menos media arroba. En esta Inmensa cruz colocan la figura de Cristo crucificado, al que le ponen unas potencias de plata que las emplean solamente en estas fechas; en igual forma la corona de espinas, los clavos de los pies y las manos que son plata bruñida y la tabla del Inri, que fue labrada en el mismo tiempo que la cruz.
“Luego del sermón del descendimiento bajan la cruz y asoman de entre la gente cuatro hombres vestidos de negro riguroso, a los que les llaman cucuruchos, los que previamente se postraron frente al Sagrario para recibir la absolución del párroco. Dos de ellos llevan unas barras de por lo menos media arroba de peso y luego de colocarse en posición de cargar el madero, le amarran en las piernas del que cargará la parte superior de la cruz. Realmente me sorprendí de esto y pensé que este penitente la llevaría por un corto trecho, pero lo admirable es que las arrastró durante todo el largo recorrido por las calles que de suyo son estrechas y mal equilibradas. (…) La cruz que en verdad se la mira muy grande y pesada, fue cargada solo por dos penitentes, mientras que los otros dos impedían que la gente se aglomere, al tiempo que ayudaban en los descansos. El desfile duró más o menos dos largas y penosas horas. El movimiento produce estremecimiento sobre todo por el ruido que hacen las barras arrastradas. (…). Antes de llegar al cementerio, los cargadores hacen tres genuflexiones luego de que dan unos golpecitos en el madero. En la primera genuflexión se recuerda a los penitentes difuntos; en la segunda por las almas abandonadas y en la tercera por los agonizantes de esa noche y las encomiendan a la Santísima Trinidad. Igual rito harán antes de llegar a la iglesia, pero esta vez lo hacen por el pueblo y sus necesidades. Es tradición que solo los dos hombres concluyan la procesión, razón por la que sufren inmensamente llevando tan gran madero.
“Curiosamente, luego de la procesión que termina antes de media noche, los penitentes se dirigen al cementerio y frente a la cruz mayor que se halla en el centro del camposanto, rezan una serie de plegarias pidiendo por el alivio y descanso de las benditas almas del Purgatorio, hecho que me pareció por demás curioso, al tiempo que suspensivo, tema que de manera personal no me atrevería por lo misterioso”. (Archivo parroquial de San Rafael de Bolívar. Recogido por P. Neptalí Rocha, 1945)
En la actualidad, la cruz mide aproximadamente cinco metros de largo por dos de ancho en los brazos, con un peso medio de cinco quintales. Insistimos en el hecho de que la procesión ha guardado y conservado las mismas tradiciones del período colonial, incluso un canto único en su género que no se repiten en otros lugares (ver recuadros).
*Doctor en Historia. Miembro de la Academia Nacional de Historia.
SANGRE PRECIOSA
“Sangre preciosa por mi amor vertida,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre de mi Dios, noble excelsa y rica.
Sangre redentora, vida de mi vida.
Sangre derramada por las culpas mías.
Sangre rubicunda de estima infinita.
Sangre del costado en la cruel herida.
Sangre consagrada en Hostia pacífica.
Sangre con que aplacas tu justísima ira.
Sangre que llorando mi Jesús vertía.
Sangre que en las lágrimas al hilo corrían.
Sangre que te vistes de hombre abatido.
Sangre que sacaron agudas espinas.
Sangre que vertieron manos atrevidas.
Sangre dulce, suave, humana y divina.
Sangre que nutrió la dulce María.
Sangre de mi alma, sangre de mi vida.
Sangre siempre pronta a curar heridas.
Sangre en que se funda la esperanza mía.”
(“Cantares de amor divino y dolor humano”.
CAUTIVO
“Cautivo por mi amor, Dios solitario,
en tu inmenso palacio del altar,
qué abandonado estás.
Huérfano de los cielos amor mío.
Tinieblas espantosas sólo vagan,
en torno de tu augusta majestad.
Qué calma, qué silencio tan profundo.
Dios mío, ¿en dónde estás?
Dormido creo estás, no me respondes,
cuando vengo a tus puertas a golpear.
Escúchame un momento, prisionero,
después te dormirás.”
Anónimos, Catedral de Sevilla,
1794, s/e, pp. 16 y 35, en BAEP)