Cristina Rivera Garza estuvo en Quito, invitada por la Universidad Andina Simón Bolívar. En sus charlas habló sobre la escritura y las lógicas de la misma vista como un trabajo. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Encontrarse frente a una mente nítida, con las ideas debidamente organizadas y dispuestas a dialogar con el mundo, revitaliza. Esa mente es la de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, quien luego de una inmersión de años en la cotidianidad de Juan Rulfo acaba de publicar un libro al respecto y aborda ese mismo concepto en esta entrevista.
La cotidianidad nos suele aburrir, pero también podemos pasarla mal cuando no la tenemos estructurada, ¿por qué pasa esto de no querer algo que, sin embargo, necesitamos?
Creo que depende de los niveles de tolerancia ante lo incierto que tengamos, ¿no? Vivimos en mundos muy estructurados, por fuerzas no necesariamente internas: el mundo del trabajo, el mundo de la familia, el mundo de la producción, sobre todo. Lo que se genera ahí es este sentido de la obligación y también un cierto sentido de la estabilidad. Habría que ver no solo este aspecto limitante, sino también la serie de estrategias que utilizamos para producir momentos de sorpresa, de desvarío y desvío que también forman parte de lo cotidiano.
¿Hay cotidianidades mucho más interesantes y provechosas que otras, o todas las cotidianidades, a la final, terminan siendo la misma cotidianidad?
Yo creo que compartimos una cotidianidad general. Hay una serie de reglas y limitantes que nos tocan a todos. Y creo que producir un desvío de los hechos esperados es importantísimo y no necesariamente nos aleja de lo cotidiano, sino que hace que veamos las distintas capas de las que se componen muchas de las cosas que nos resultan naturales y que bien vistas son misteriosas y enigmáticas también.
¿De qué está hecha la cotidianidad?
De respiración… de contacto; de cuerpos que están en contacto unos con otros, tratando de producir esto que llamamos vida humana.
La cotidianidad está muy asociada a las actividades alimenticias…
A la reproducción, sí.
A actividades básicas sin las que no podríamos vivir. ¿Por qué, si es vital, se la menosprecia o se la tiene un poquito descuidada?
Lo que creo es que solemos poner mucha atención, socialmente, a las actividades de producción, que usualmente se desarrollan en los espacios públicos, y han estado, sobre todo, a cargo de hombres. Y los trabajos de reproducción de nuestro mundo social tendemos a pensar que solo se llevan a cabo en los mundos privados o domésticos y están a cargo de las mujeres. Evidentemente, una visión mucho más compleja nos tendría que dar como resultado que los mundos de la producción y reproducción están entrelazados, y que ni lo público es producción ni lo privado es reproducción. Pero tendemos a despreciar las labores muy arduas y muy creativas, también, de la reproducción social.
¿Qué es la cotidianidad ajena vista de cerca?
Es difícil acercarse a los otros en los términos del otro. Es decir, creo que es difícil fingir que uno no está viendo esa cotidianidad ajena a partir de lo que es la nuestra, la propia…
Como si no juzgaras ni compararas.
O sea, se hace un gran esfuerzo, pero realmente creo que queda mucha neblina o humo o no sé qué (en alusión al título de su libro más reciente) en la interacción. Finalmente, estoy viendo a Rulfo desde el presente, estoy viendo a Rulfo con una conciencia muy alerta sobre las condiciones del espacio y el territorio, que implican la violencia, etcétera. Estoy viendo a Rulfo con el prisma de la centralidad del trabajo, no solo el creativo sino también del otro tipo de trabajo, del tan despreciado otro trabajo del que dependen tantas otras cosas que hacemos.
¿Con qué palabras crees tú que rima más cotidianidad, tanto lingüística como conceptualmente?
Necesitaría más tiempo para pensarlo porque… Digamos que hay una cuestión de regularidad, ¿no? Que es a la que le hemos puesto atención. Aunque ritualidad sería, me parece, más interesante. Porque hay un nivel de lo que se repite, pero de lo que se repite y produce sentido, y produce experiencia que no solo es una experiencia material, sino una experiencia espiritual.
Hay niveles de sentido y el de la ritualidad sería más preciso, dices, ¿cierto?
Ajá, yo creería que sí.
Y, además, (cotidianidad y ritualidad) riman lingüística y conceptualmente.
Ya, ajá (se queda pensando).
¿Qué actividades eliminarías de tu cotidianidad?
Ay… ¿sabes qué?, revisar el e-mail en la mañana. Creo que podría vivir muy bien sin eso. Pero es una especie de obsesión y no tendría que hacerlo.
¿Y por qué lo haces?
Es como aceptar la imposición de todo el medio. Pero eso es algo que con todo gusto dejaría. Es más, estoy tratando de dejarlo, pero es una adicción difícil, como todas las drogas. Digo, revisarlos en la mañana (es lo que quisiera dejar de hacer), porque los voy a revisar eventualmente.
Ahora menciona actividades cotidianas tuyas que de ser eliminadas te impedirían ser tú.
Bueno, hay muchas. Dedicarle tiempo a la producción de mis alimentos y de los alimentos de mi familia es algo que es importante para mí. Creo que cada vez estamos más interesados en tener una vida sana, en la que podamos tener el control de qué entra a nuestros cuerpos y para hacer eso hay que dedicar horas de la vida cotidiana. Y eso me interesa y no quiero dejarlo.
¿Algo más?
Yo nado. Y para mí nadar se ha convertido también en una especie de ritual, es parte de mi vida cotidiana; si no nadara sería francamente irritante (risas). Por algo a los locos los bañaban con agua fría. También caminar, estar en contacto con el mundo que me rodea es importante y establecer conexiones significativas con otros.
¿Qué ganamos si empezamos a entender el valor que tiene la cotidianidad en nuestras vidas?
Creo que ganamos un entendimiento más complejo del cuerpo. Cuando estamos hablando de lo cotidiano, estamos hablando de estos niveles de reproducción de nuestra vida; no nos podemos olvidar que tenemos cuerpo. El mundo en el que vivimos nos exige muchas veces que olvidemos que tenemos cuerpo.
Que durmamos menos y que comamos a deshoras…
Exacto. Y que estemos produciendo, produciendo, produciendo… sin tener una visión acerca del contexto mucho más complejo del que formamos parte. En ese sentido, cuando el cuerpo se vuelve una realidad inescapable, le ponemos más cuidado; al nuestro y al de los otros. Nos importan también más los otros, cuidamos más nuestras comunidades. Yo creo que eso es importante.
¿Cómo ha cambiado tu cotidianidad desde que llegó Trump al poder?
Ha cambiado de una manera estrepitosa. Yo no me di cuenta al inicio de la profunda depresión en la que entré cuando llegó Trump, hasta que tres o cuatro semanas después me di cuenta de que no salía a la calle, y que me daba miedo salir; que había dejado de caminar y había dejado de ir a nadar y había cortado mis conexiones con el mundo por la ola tan enorme de odio, discriminación, etcétera, que el lenguaje, las actitudes y las políticas de Trump desataron.
¿Cómo retomaste tu cotidianidad?
Empecé a hacer estas cosas de las que te hablo, por eso te contesté tan rápido. Alejarse de la cotidianidad implicó comer mal, comer mucho, no hacer ejercicio…
Estar desconectada de ti misma.
Desconectada del cuerpo y conectada a la paranoia de Trump, a esta constante violencia trumpiana. Recuperar la cotidianidad, que implica dedicarle tiempo a los alimentos, dedicarle tiempo a mis seres queridos, hacer ejercicio, mantener la conexión con el entorno es la única cosa que me ha hecho un poco soportable un mundo que se ha vuelto bastante insoportable.
Cristina Rivera Garza
Nació en Matamoros, México, en 1964. Es socióloga por la Universidad Autónoma de México y doctora en Historia de América Latina por la Universidad de Houston. Escritora, con más de 20 libros publicados entre ficción y ensayo. Actualmente es profesora distinguida de la Universidad de Houston; vive en Estados Unidos desde 1989.