Los hornos tienen capacidad para unos 10 000 ladrillos. Fotos: Francisco Espinoza / para EL COMERCIO
En El Tejar, ubicada en el sur de la capital de Imbabura, se comenta que las urbes del norte de Ecuador tienen, al menos, una partícula de esta tierra.
Y es que esta localidad, compuesta por los barrios Santa Rosa, San Francisco, Romerillo, Santa Lucía, entre otros, fue, por muchos años, la principal proveedora de ladrillos y tejas del norte del país.
“El barro de aquí es uno de los mejores”, comenta Fabián Alarcón, mientras desmenuza con un azadón los bultos de tierra, intensamente negra, que arranca del suelo.
Luego cierne las partículas y adiciona agua. El siguiente paso es pisotear la mezcla hasta formar una pasta espesa, que se coloca en moldes de madera, para formar los ladrillos o las tejas, según los requerimientos.
Los ladrillos crudos cuestan USD 0,10 y los cocidos 0,20.
Los bloques de adobe, que miden 17 por 37 cm, se secan al sol, al menos dos semanas. Posteriormente, se acomodan en un horno de leña en el que se les cocina por 10 días.
A pesar de la fama de los ceramistas y el material, la demanda ha bajado considerablemente. Ese es el criterio de Luis Pupiales, que heredó la profesión de su padre Manuel.
Una de las razones es que se dejó de lado la cerámica para dar paso a los bloques de cemento.
Pupiales recuerda, que en los buenos tiempos de esta actividad artesanal, el producto se enviaba hasta Cuenca, en el sur del país, y hasta Pasto, en Colombia. “Había personas que preguntaban cuántas tejas teníamos en el horno. Y, nos compraban las 13 000”.
Los nuevos diseños cerámicos ayudan a mantener el negocio.
Sin embargo, con la dolarización se perdieron los clientes foráneos. Ante la poca rentabilidad muchos alfareros cambiaron de actividad. “Unos se fueron a trabajar en España, otros a las floricultoras y en la construcción”.
Mientras tanto, los jóvenes han preferido dedicarse a otras actividades, señala. De esta manera, la tradición que dio nombre y fama a esta localidad ibarreña va perdiendo fuerza. Ahora solo hay 50 hornos donde se sigue cociendo el barro para los 7 000 habitantes de El Tejar..
Los pocos artesanos que han sobrevivido le han apostado a diversificar los productos de cerámica. Uno de ellos es Luis Pupiales que ahora ofrece, no solo tejas y ladrillos, sino también baldosas, hexagonales y cuadradas.
Las tejas tradicionales aún se usan para las casas rústicas.
Su propuesta ha tenido buena acogida, especialmente de personas que gustan de las casas con diseños rústicos y tradicionales.
Los actuales productores son el nexo con el pasado de esta tierra, que se dice, fue de hábiles alfareros.
Tal vez por eso, más de una ocasión, en las faenas de cavar la tierra se han encontrado artículos de cerámica y osamentas de los antiguos pobladores de El Tejar.
En un afán por conservar este oficio, la Prefectura de Imbabura y la Cooperación Suiza capacitaron a 20 artesanos de esta localidad. Realizaron una gira por talleres de elaboración de tejas y ladrillos en la provincia del Azuay.
Pupiales recuerda que le asombró ver que con la masa de barro se podrían hacer infinidad de artículos destinados para la construcción y decoración. También, los denominados hornos de hoyo invertidos, que concentran más calor.
Por lo pronto, esperan que la oferta de dotarle de maquinaria como moledoras se cumpla, para mejorar el rendimiento de la actividad.
La idea es que esta tradición centenaria, que le dio renombre a El Tejar, subsista.