El salón estaba repleto. Al frente el joven ingeniero David Espinosa movía con energía sus brazos y manos y exponía sus argumentos ante un auditorio cautivo que lo seguía como la serpiente a la flauta del encantador.
Los 40 asistentes -maestros mayores, albañiles, peones, fierreros y hasta un mecánico industrial infiltrado- anotaban lo que les parecía digno de rescatar y preguntaban lo que no entendían sin ningún recelo.
Ya hemos capacitado a 1 000 trabajadores, explicaba Maarit Cruz, mientras ponía un video sobre el trabajo de cinco albañiles en la Casa del Alabado, un cortometraje realizado por Gabriela Calvache sobre la rehabilitación de esa casa antigua ubicada en las calles Cuenca y Rocafuerte; hoy convertida en un valioso museo.
Espinosa preguntaba y los maestros respondían. Algunos, como Juan Carlos Yunga, lo hicieron con acierto; otros, como Francisco Guachamín, Marcelo Tarapuez o Luis Túqueres se equivocaron, especialmente en la dosificación que debe tener un hormigón; una pregunta que, por otra parte, muy pocos contestaron con acierto.
Luis Alfonso Saeteros, un setentón pequeño y robusto que lucía una boina tipo vasco, era uno de los más entusiastas. Albañil desde los 14 años, el maestro Alfonso mostraba que había hecho bien los deberes en las empresas donde había trabajado. “En Textiles El Rayo, por ejemplo, laboré unos 23 años como jefe de albañilería. Luego lo hice aquí y allá, donde había una chauchita o un arquitecto que me conocía”.
Padre de 14 hijos, de los cuales solo uno trabaja en la construcción pero en España, don Alfonso reconoció la utilidad del curso pero, asimismo, se quejó de que hoy anda con los bolsillos vacíos porque ya nadie le contrata pensando que es muy viejo.
Otro asistente entusiasta era Rolando Toscano, un mecánico industrial que posee su taller en La Ecuatoriana, donde trabaja y vive junto con su esposa y sus dos hijos de 10 y 13 años.
“Lo que pasa es que vi la hoja volante cuando vine a comprar un repuesto en Chillogallo. Comprobé que era gratuito y aquí estoy. Siempre hay algo que aprender”, explicaba el hombre mientras se apuraba en echarle diente al refrigerio que recibieron todos al final. “Nunca me pierdo un curso de este tipo”.
Como ellos, todos los maestros asistentes rescataron el valor del curso para su desempeño laboral. Al final, cada uno recibió un diploma y un casco protector y se marchó con más conocimientos dentro de sus mochilas y maletas, extensiones de su propio ser.
Teoría y práctica
El taller de capacitación, llamado Maestro Seguro, es una iniciativa de Lafarge Cementos y busca que los obreros de la construcción aprendan las normas de seguridad industrial.
El programa, asimismo, está orientado a que los albañiles aprendan a utilizar el equipo de protección que exigen las normativas y les puede salvar la vida. Por esa razón, parte del taller dedica tiempo a que los obreros aprendan a colocarse el casco, el arnés de seguridad…
Esta vez el curso se efectuó en el segundo piso de un edificio ubicado en la Mariscal Sucre, junto al mercado de Las Cuadras, en el barrio de Chillogallo.