Su hablar aún conserva la ingenuidad de que se puede salvar al mundo. El brillo de sus ojos y esa seguridad de ir por Washington o Nueva York buscando voluntarios y fondos para sacar a los pobres del fango nutren ese sueño.
Claro que Marisol Alarcón tiene una carta de presentación llamada Un Techo Para Mi País, una organización no gubernamental nacida en Chile hace 13 años, que ya está en 18 países construyendo casitas temporales, con la ayuda de voluntarios universitarios.
Ella es la directora de Desarrollo para América Latina y el Caribe de Un Techo Para Mi País. “Nosotros hacemos casas temporales, que para eso somos buenos”, fue el mensaje que trajo a Washington para la comunidad de donantes y para los organismos multilaterales, con quienes se reunió en una maratónica agenda de una semana.
Vino a buscar fondos para Haití. Se regresó con varias ofertas que seguirán su curso y un compromiso en efectivo: USD 2,6 millones del Fondo Multilateral de Inversiones del BID. De esa cifra 500 000 serán para levantar viviendas temporales en la isla devastada por el terremoto del 12 de enero pasado.
“La dinámica de mi trabajo me permite conocer gente de diferentes quilates y de distintos países del mundo y puedo asegurar que esta joven es peso pesado. Y como ecuatoriano me siento orgulloso de ella”, dice Ángel Saltos, quien trabaja en Washington como consultor.
Alarcón tiene 27 años y es quiteña. Cuando ella tenía ocho años, su padre, Gonzalo Alarcón, quien trabaja en una trasnacional, debió viajar a Chile por motivos de trabajo. La familia lo siguió y Marisol se formó allá.
“Siempre estuve rodeada de comodidades y estudié en colegios donde la pobreza no existía. A Chile fuimos solo por dos o tres años, pero ocurrió algo inesperado: a mi hermano Juan le diagnosticaron distrofia muscular”.
Nunca se desligó del Ecuador y al menos una vez al año regresa a Quito. Dos países con suficientes recursos, pero injustos. Esa inquietud poco a poco se metió en su piel.
Postuló para estudiar en American University de Washington, donde fue aceptada, pero más pudo lo que ella llama “mi obligación moral poner a disposición lo que tengo” y el amor por su hermano.
Chile tiene una buena educación y a la Universidad Adolfo Ibáñez ingresó para estudiar ingeniería comercial. Se graduó y regresó seis meses a Ecuador. “Pensé: si voy a trabajar tantas horas al día tiene que ser algo que me llene a mí y a la gente”.
Conocer al padre jesuita Felipe Berríos, fundador de Un Techo Para Mi País, fue lo que la puso en la ruta por la que hoy avanza. “Eso es lo que quiero y cuando entré a la organización me dije no me quiero ir de aquí”.
“Ella te hace sentir que todo es fácil y su optimismo y su compromiso es inagotable. La conocí en Chile mientras fui a conocer Un Techo, a los cinco minutos ya me estaba llevando a la inauguración de unas casas”, dice Mireya Cisneros, directora de la organización Venezuela sin Límites.