Independientemente de su pertinencia o no para el desarrollo de Quito, la solución vial Guayasamín tiene un punto positivo: ha generado debate en una ciudad en donde este era escaso, casi inexistente.
Si se consideran las últimas teorías urbanísticas -que rescatan la participación ciudadana en el diseño de las metrópolis como indispensable- el debate debería formar parte esencial de todo proyecto citadino, de la envergadura que sea.
Y mientras más actores se integren, mayor seguridad habrá de que se lleguen a conclusiones más próximas a lo que se busca; aunque los consensos sean más difíciles de encontrar.
Cosa curiosa. Es paradójica esa nula participación ciudadana en los procesos que atañen a su futuro, habida cuenta que un axioma de los arquitectos -vectores principales de todo proyecto urbano- dice que antes de elaborar cualquier esbozo o bosquejo de un inmueble hay que hablar, de tú a tú, con el dueño de la plata y del terreno.
¿Para qué? Pues para saber a ciencia cierta de sus necesidades, gustos y prioridades y no meter la pata dando cuerpo a hermosas construcciones que sirven para poco y nada.
Si esa hubiera sido la ‘tramitología’ seguida no se hubieran levantado tantos desaguisados urbanos que, después de pasar un tiempo a la buena de Dios, tuvieron que ser derrocados por antifuncionales.
¿Ejemplos? Un botón: el paso peatonal elevado de El Camal… De estos pasos peatonales elevados desfasados hay algunos: el ya oxidado y obsoleto de la av. Cardenal de la Torre, entre La Recoleta y la Villa Flora; el paso peatonal elevado frente al Colegio Montúfar, que todo el mundo pidió a gritos después de la muerte de un muchacho al cruzar la av. Napo, pero que nadie utiliza ni por curiosidad.
Bueno, en este caso entra otro componente: la falta de cultura urbana de quienes vivimos en Quito.