La luz de una lámpara de la década de los 60 ilumina el interior de Avignon. La luminaria, que mezcla cristal de leche con metal fundido, pende del techo del local de venta de muebles europeos, ubicado en la ciudadela Urdesa, sector norte de Guayaquil.
Esta es solo una de las decenas de piezas que se venden en el sitio. Para María de Guschmer, una de las propietarias de Avignon, “tanto en la decoración de interiores como en el diseño de modas lo clásico siempre perdurará”.
Al visitar el local, se realiza un recorrido hacia el pasado. El espectador salta décadas atrás y reconoce las diferencias en el diseño del mobiliario según su lugar de su procedencia.
Lentamente, De Guschmer revela la historia del arte europeo a través de cada artículo.
La primera pieza en ser descifrada es un sillón individual francés de la década de los 50. En los terminales de las patas posee pequeñas ruedas que la convierten en un artículo de colección.
Lo conforma una mezcla de terciopelo con madera. En ese punto, De Guschmer se detiene para explicar la relevancia del roble en las piezas. “La mayoría de los muebles europeos es de roble, se reconocen por ser livianos. Pero no significa que sean frágiles, es raro que esta madera se apolille”.
Pocos pasos más adelante hay un aparador holandés, también de la década de los 50. Su forma le da la versatilidad para funcionar como bar o escaparate. Lo que distingue a las piezas de Holanda, de los otros países de Europa, es la delicadeza de sus tallados. Los sellos ‘corona’ y unas flores que jamás se marchitan están plasmados sobre la superficie.
Otra pieza que destaca en Avignon es un sillón belga de la década de los 60. Además de las formas curvas -como remolinos- de la estructura, llama la atención el tejido de esterilla que forman el respaldar y la base del mueble. Ambos trabajos lucen intactos aunque hayan pasado los años.
De todo el mobiliario del local, el más esplendoroso es un mueble portugués, el único proveniente de ese país en el local. La pieza deleita al espectador por ambos lados. El respaldo es estéticamente admirable, por lo que no necesariamente debe ir contra la pared. Las finas molduras se conjugan con el tapiz dorado tanto por delante como por detrás.
Pero los muebles no son las únicas piezas de colección que pueden darle exclusividad a un espacio del hogar. Adornos como candelabros, lámparas, platos de porcelana y hasta cuadros pueden complementar la decoración de cualquier espacio.
Entre estos artículos se destaca un pequeño cuadro holandés de la década de los 40. Más que lo ilustrado en el lienzo rectangular, el ostentoso marco de madera da valor a la obra. Este fue pintado con pan de oro y de cobre y la superficie fue tallada a mano.
En el otro extremo de Avignon descansa un juego de té unipersonal. La pieza, de porcelana holandesa, olvida que la hora del té es un rito colectivo para convertirlo en un capricho individual. Ese artículo es de la década de los 60.
Sobre una de las paredes del local descansa un aplique que en la década de los 40 estuvo en un teatro de Viena. De su interior sale una luz que aclara el sitio. La superficie de madera está pintada con líneas gruesas de bronce.
Al final del recorrido, De Guschmer explicó que la corriente minimalista que rige actualmente en la decoración de interiores puede ser complementada con un mueble clásico. “Cada una de estas piezas es una obra de arte que va a relucir entre los demás elementos de un salón”, dijo.