Algunos entes inanimados, como los edificios, también siguen un ciclo parecido al de nacer, crecer, desarrollarse y morir, con una diferencia: pueden no morir para siempre sino transformarse en inmuebles diferentes.
Las buenas ‘transmutaciones’ que ha logrado el Fonsal con varios edificios patrimoniales del Centro Histórico de Quito son ejemplos: El Museo de la Ciudad fue en sus inicios el Hospital de la Misericordia San Juan de Dios; y el Museo Metropolitano la primera Universidad Central del Ecuador.
Pero esta fórmula, que ha funcionado bien en bienes públicos, no siempre es efectiva cuando estos son privados. Y peor cuando pertenecen al patrimonio edificado de una ciudad.
En el período de vida de un edificio, al tiempo que pierde valor, sus propietarios recuperan poco a poco la inversión realizada. Lo normal es que no sea derribado, por lo menos, hasta que se amortice el capital puesto en su construcción.
Pero a medida que la degradación y devaluación del inmueble se realzan, se generan las condiciones que permitirán una nueva fase de inversión mediante actuaciones de rehabilitación o de nueva construcción.
Entonces llega el dilema, ¿derrocarlo totalmente para levantar otro conjunto arquitectónico o rehabilitarlo para que cumpla otras tareas? Bajo esta dicotomía han desaparecido varias edificaciones patrimoniales irrecuperables, como la ex Biblioteca Municipal de San Blas y varias decenas de casas de los barrios La Mariscal y El Girón. Y siguen desapareciendo con una periodicidad sospechosa.
Se supone que existen las ordenanzas municipales para regular este tratamiento urbano. La pregunta es: ¿se cumplen?