Víctor Vizuete E.
Editor
vvizuete@elcomercio.com
En el diseño, así como en la moda actuales, las tendencias dictan las formas, los colores, los sonidos y la estética de los objetos; pero también la utilidad, el enfoque y el negocio de lo que se crea.
Hoy, esas tendencias van más allá de las formas y los materiales -es decir del diseño simple- y buscan conseguir la mayor cantidad de réditos y ganancias de todo lo que se ‘lanza’ al mercado.
No se trata únicamente de crear por crear, sino de poder vender aquello que se produce.
Un simple ejemplo basta para reforzar este concepto: cada inicio de año, el Pantone Color Institute elige el color de moda y lo ‘impone’ a escala mundial. El del 2015 es el marsala.
Por eso, si un diseñador industrial, por más talentoso que sea, no se apoya en las estrategias del mercado, está condenado a morir en el ostracismo.
Y, con seguridad, a vivir en la pobreza.
En el otro lado de la cuerda, un creador mediocre puede convertirse en una estrella fulgurante si cuenta con el ‘sólido respaldo’ de una empresa publicitaria solvente.
Y hasta puede lograr que su marca se convierta en ‘la marca’, en un logo que sea sinónimo del máximo estatus y caché.
Basta dar un somero repaso a los diseñadores actuales y sus trabajos para deducir que los segundos ganan por goleada.
Y eso sucede en Quito, París, Milán, China o la Cochinchina.
Por eso es plausible observar cómo jóvenes talentos trabajan con mucho ahínco y poca plata por dar a conocer su valioso trabajo.
En Quito se abren paso algunos. Mario Arias fue el pionero y un puñado de jóvenes le sigue las pisadas .
¿Se puede nadar contra esta corriente? Muy difícil. Por eso hay que obrar como el maestro Jesús y aprender a separar el trigo de la paja. No queda más.