Que las hermosas y complejas estructuras de hierro forjado recuerdan y rinden homenaje al talento artesanal de la población afroamericana.
Que los balcones y ventanas y estilos de las fachadas rememoran la decisiva e influyente presencia francesa y española en los orígenes de la ciudad.
Que si uno cierra los ojos mientras camina por las calles, inevitablemente escucha jazz.
Que las almas de los maestros Louis Amstrong, Charlie Parker y Duke Ellington recorren las plazas, los parques, los bares.
Que por las noches, las calles estrechas iluminadas por faroles recuerdan los sonidos y las palabras de los cantos evangélicos negros, las nostalgias de los violinistas escoceses, la romántica armonía del arte parisino.
Que no existe otra ciudad en Estados Unidos donde la decoración y el estilo de los restaurantes y cafés tengan tanto que ver con la centenaria herencia migratoria que llegó del mar.
Se dice todo eso. Y se dice mucho más. Y se dice bien.
Porque a cada paso, en cada esquina de Nueva Orleans, las fachadas de las casas expresan la casi infinita diversidad cultural de la ciudad.
Es todo un abanico de estilos arquitectónicos: mansiones con jardines italianos, edificios clásicos del renacimiento europeo, imponentes casas victorianas, sorprendentes fachadas con toques del refinamiento colonial francés y español.
Las calles de los barrios históricos, como por ejemplo en la tradicional zona antigua de French Quarter, se adornan con casitas de uno y dos pisos, construidas en el siglo XVII.
Más allá de French Quarter, en Vieux Carré, las casonas más viejas están construidas con armazones de madera pesada, rellenos de ladrillos y enyesados.
Esta técnica, utilizada por los constructores franceses en Louisiana, se la conoce como ‘briquette entre poteaux’ (ladrillo entre postes).
En ambos barrios es posible observar casas con ventanas delgadas que llegan hasta el piso y con techos de pendientes pronunciadas.
En los patios interiores de esas residencias abundan los árboles, las fuentes de agua, las terrazas con plantas colgantes.
Gregory Haward es un turista neoyorquino que suele llegar a Nueva Orleans en busca de descanso y placer.
Como diseñador de interiores y pintor, Haward no termina de sorprenderse por la belleza de la arquitectura local:
“Me fascina recorrer las calles y mirar los diseños de los rótulos de madera, muchos de ellos esculpidos y pintados a mano”, dice mientras toma un sorbo de cerveza en un jarro de cristal gigante.
A Nataly López, una treintañera mexicana que junto con su esposo Elías ha venido a la ciudad por primera vez, le impresionan también los rótulos que cuelgan de las paredes exteriores de las casas antiguas.
Pero también le encanta el estilo urbano que le hace rememorar sus viajes por Europa:
“El entorno que rodea a calles como Royal Street me recuerdan mucho los paisajes urbanos de París, por ejemplo, ese ambiente único de River Gauche”.
Nueva Orleans es también galerías de arte, tiendas de antiguedades y artesanías, perfumerías, almacenes con recuerdos del famoso carnaval, salas de té, cafetines, bares…
Una nostalgia festiva y un pasado que se resiste a morir transitan en coches tirados por elegantes caballos o en frágiles tranvías que atraviesan las calles donde las casas respiran historia.