Los teóricos afirman que el punto de partida del diseño industrial fue en 1777, con la construcción del puente de hierro de Coalbrookdale, Inglaterra.
También aseveran que el acuñamiento del término ‘design’ también se dio en ese país, siendo su autor el funcionario civil Henry Cole. A partir de esa fecha el desarrollo del diseño ha seguido un camino desigual, pero constante.
Desde 1980 se acusaron los elementos del posmodernismo: el pastiche y la legitimación del ‘kitsch’. Se adoptó, entonces, la moda del desecho (usar y botar).
A finales de esa década se inició la tendencia de adaptar los objetos al cuerpo humano y desde los noventas se rescató el sentido de lo lúdico, porque los adultos echan de menos los juguetes que tenían en la niñez.
El primer decenio del nuevo siglo aumentó un condimento a esta ensalada creativa: lo emocional; las sensaciones. Entonces aparecen los divertidos objetos de la italiana Alessi o de la japonesa Sony, los relojes Swatch o la colorida transparencia de la computadora Imac de Apple.
En esas andamos en este momento. Regidos por la diosa publicidad y sometidos a los dictámenes de las nuevos popes como Tom Dixon, Terence Conran o Patricia Urquiola, la superestrella mediática del momento.