El acelerado proceso de urbanización ha convertido a Latinoamérica en un reducto urbano. Quito, obviamente, no escapa a esta determinante.
Pero Latinoamérica no es la excepción sino la regla, según las conclusiones del Informe Mundial de Ciudades 2016 (WCR2016, por sus siglas en inglés).
La indetenible urbanización del planeta hace que más de la mitad de los habitantes de la Tierra viva en las urbes y, según el Informe en el 2050 serán los dos tercios, algo parecido a una espada de Damocles pendiendo sobre las cabezas de más de 6 000 millones de seres humanos.
En las 600 grandes urbes del mundo vive una quinta parte de la población y se genera el 60% del PIB global. En 1995 había 22 grandes ciudades y 14 megaciudades en el mundo; hoy ambas categorías se han multiplicado por dos.
¿Qué lecturas genera esta preocupante realidad? Para el Informe Mundial, el mensaje es claro: hay que cambiar de paradigma porque el modelo actual es insostenible.
Esas son palabras de lindo significante pero de un significado incierto. Los males urbanos están tan enquistados en las ciudades -en todas- que su solución es casi utópica.
Es más. Mientras la migración -interna y externa- sea la que diseña las metrópolis no habrá remedio que tenga éxito.
La única alternativa que visualizo es reforzar, en todos los sentidos, la existencia de los campos y las ciudades pequeñas; volverlos atractivos para sus pobladores; dotarlos de infraestructuras eficientes; de estructuras de servicios comunitarios… En otras palabras: dotarlas de ganchos y anzuelos.
De lo contrario, como dice la canción Pueblo Blanco de Serrat, los únicos que no se marcharán serán los muertos, porque “están en cautiverio y no los dejan salir del cementerio”.