Steve Jobs, el contemporáneo alquimista fundador de Apple, lo afirmó sin medias tintas: “El diseño es una de las herramientas más poderosas para cambiar el mundo”.
Talvez no llegue a lo que señaló con grandilocuencia el diseñador catalán Juli Capella, a salvar el mundo; pero la trascendencia del diseño aumenta cada día más.
El diseño industrial actual no está dedicado solamente a pensar y fabricar cosas más bonitas y atrayentes; sino más eficientes y duraderas, sin descuidar su aspecto visual, claro está.
El aporte del mago Jobs se encarriló por ese andarivel. Y el trabajo de muchos otros creativos, de todas las ramas, sigue por senderos parecidos. Cada día aparecen más ingenios creados por el ser humano, cuya principal función no es la de encandilar sino la de servir.
Los casos son incontables y van desde revolucionarias prótesis de carbono para realizar implantes en personas con mutilaciones; hasta el riego por goteo de los israelitas para convertir el desierto en un vergel. O el invento de un creativo español, quien desarrolló un sistema para lavar un automóvil utilizando diez veces menos agua que la que emplean las máquinas en la actualidad.
Los grandes salones de diseño son los emporios donde esas ideas cobran vida plena. El Red Dot Award de Alemania, por ejemplo, es desde hace algunos años el lugar donde se presentan las mayores novedades de diseño. Novedades que abarcan campos tan diferentes como los accesorios de cocina y la cibernética.
Sobre esas aguas navega hoy el diseño. Lo que está claro es que ha dejado de ser ese recurso cosmético para embellecer el planeta que fue en sus inicios, para convertirse en un aliado de la conservación y el mejoramiento del medioambiente y del hábitat humano.