Son noticias para poner los pelos de punta a todos quienes vivimos en esta tierra de volcanes y terremotos: muchas -por no decir todas- las ciudades del país son totalmente vulnerables a la acción de los fenómenos naturales como los sismos. Otras, además, a la de las erupciones volcánicas.
Una fundamentada nota de este Diario, del miércoles pasado, afirmaba que en un terremoto de 8 grados Richter, la mitad de las casas cuencanas acabarían en el piso o con severas fallas estructurales. Eso, traducido a números, es una hecatombe.
Pero el caso cuencano no es la excepción sino la regla. El terremoto de abril y sus secuelas -que prosiguen- son una muestra dolorosa. Y una afirmación de la devastación que puede crear un terremoto.
El 60% de vivienda informal y el mal estado de muchos inmuebles del Centro Histórico también presagian para Quito un destino parecido al de Manabí y Esmeraldas; y al que tendría la capital azuaya. Y Guayaquil. Y Riobamba. Y…
Todo esto tiene otro agravante más: según el último estudio de la OMS, el 70% de la población mundial vivirá en las urbes y metrópolis en el 2050. Eso -si siguen las condiciones urbanísticas actuales- significaría solo una cosa: más carne de cañón.
¿Qué hacer para hacer frente a este oscuro panorama?
Pues dos cosas: planificación y control.Las normativas existen y son claras. La Norma Ecuatoriana de la Construcción (NEC) está elaborada para optimizar la construcción sismorresistente.
El INEN maneja normas ISO 9001 para la fabricación y comercialización de materiales. Es decir, que por normas no falta.
Son reglas claras y precisas sobre cómo se deben construir inmuebles que soporten esfuerzos severos como sismos, inundaciones, tornados…
Lo que pasa es que el pueblo olvida pronto y -como no tiene controles ni seguimientos- vuelve a lo mismo… Hasta la catástrofe siguiente. Y así…