El nuevo aeropuerto de Tababela puso, literalmente, los precios de los terrenos de tipo residencial de la zona por las nubes.
La crónica del martes pasado de este Diario habla de 346 licencias de construcción otorgadas por la Administración Zonal de Tumbaco durante el 2013. Algo impensable hasta hace 10 años, cuando empezó el ‘boom’ inmobiliario, que se extendió rápidamente desde las zonas exclusivas de Cumbayá hasta otras menos valoradas -pero igualmente interesantes- como Puembo, Pifo, Yaruquí y barrios de Tumbaco antes ignorados como Chiviquí, La Morita o El Arenal.
Este despegue inmobiliario trajo atados, como la famosa caja de Pandora, muchos de los males urbanos, entre ellos la especulación y el despilfarro urbano.
La primera, como se sabe, es experta en pescar a río revuelto y aumentó sin ningún rubor los precios del m² de suelo. Ahora son comunes 150, 200 y hasta 300 USD/m² de terreno donde hace unos cinco años 40 y 50 USD/m² eran considerados un gran atropello.
El despilfarro se manifiesta con el crecimiento descontrolado de las zonas urbanas y da pábulo a los llamados males subyacentes.
Estos son varios: aumento del precio en la transportación de personas, bienes y servicios; gastos adicionales de energía en todas sus formas incluidos los combustibles; incremento de las demandas no atendidas (agua, alcantarillado, calles, comunicación, recolección de basuras, transporte…).
Todos estos factores tienen un efecto: la reducción considerable de los recursos financieros para la inversión (municipales y privados), con el consiguiente incremento de los déficits.
¿Cómo contribuir a corregir esos efectos negativos? Implementando medidas disciplinarias emergentes orientadas a paliar o eliminar la mayor cantidad de ellos. Entre ellas una conciencia ciudadana que diga no a la piraña especulativa.