Las ciudades y su tarea futura

Es una realidad incontrastable: el mundo camina a pasos agigantados a la urbanización; es decir, la gente abandona sus pueblos y campos para radicarse en las metrópolis. Y este fenómeno tiene mayor incidencia en las ciudades de los países ‘emergentes’.

Según un informe del Centro de Investigación para la Paz (CIP-Fuhem), estas urbes aumentan su número de habitantes en 60 millones de personas anuales. Como es de suponer, la mayoría de este río humano se establece en las zonas más deprimidas: en los arrabales a los que les falta casi todo o en los deprimidos centros históricos, a los que tugurizan en proporción geométrica.

Las consecuencias de esta apropiación territorial son nefastas. Según ese estudio, al menos un millón de niños muere todos los años de enfermedades relacionadas con el hambre, la falta de saneamiento y de suministro adecuado de agua potable. Además, cientos de millones de personas padecen enfermedades, sufrimiento y malestar por estas causas.

Hay más. Como se observó en esta semana en Quito con la protesta de las trabajadoras sexuales, esta avalancha de migrantes campo-ciudad agudiza los males sociales, como la miseria, la prostitución, la inseguridad y los delitos.

¿Estamos condenados a vivir este Armagedón o todavía hay tiempo para revertir la situación?

La cosa es de muy difícil solución, porque demanda de grandes decisiones y una ingente inversión económica. Pero, según el CIP-Fuhem, tres factores ayudarían mucho: el abastecimiento de agua y de saneamiento a la población de los barrios marginales, el fomento de la agricultura urbana y la mejora del transporte público.

Ya hay ejemplos de esta práctica: Karachi, en Paquistán, con el proyecto piloto Orangi; Rizhao, China; Curitiba, Brasil... ¿En el país? Algunas acciones aisladas (ahora en recesión) en Loja y Bahía de Caráquez… Nada más.