La ciudad de Brasilia tiene forma de avión, con la plaza de los Tres Poderes como cabina de pilotaje.
El cuerpo central de la ‘aeronave’ lo ocupan las sedes de la Administración (federal y local) y las alas están formadas por las ‘supercuadras’, avenidas con 11 edificios de seis pisos cada uno, que acogen viviendas y comercios. Sobre estos ejes se edificó la revolucionaria ciudad.
Pero Brasilia, Patrimonio de la Humanidad desde 1987, afirma O’Globo, no sería lo que es sin los edificios que dibujó y construyó Niemeyer. El Congreso Nacional, la Catedral, los palacios de Planalto y Alvorada son hitos universales que forman parte de la historia con mayúsculas de la arquitectura.
El gran proyecto se inició en 1956. Luego de 41 meses de intenso trabajo, la ‘Ciudad de la Esperanza’, como luego fue bautizada, fue inaugurada, el 21 de abril de 1960, explica el arquitecto Handel Guayasamín.
Tras 50 años de vigencia, acota el arquitecto Hernán Orbea, Brasilia permite esbozar al menos tres reflexiones.
La primera: haber simbolizado la presencia de un Estado capaz de articular las fuertes tensiones regionales de un país extenso y complejo.
La segunda: haber cedido paulatinamente de un modelo original rígido que, frente a las alteraciones hechas por los ciudadanos, sucumbió para permitir que estos se sientan dueños de los fríos vacíos urbanos que eran parte del proyecto inicial.
La tercera: haber desvanecido el espejismo de concebir lo ideal como perfecto. Un espejismo que soslayaba el objetivo principal del urbanismo: la responsabilidad que tienen los ciudadanos y urbanistas de repensar y resignificar la ciudad, con base en las insospechadas mutaciones que afloran cíclicamente en todas las ciudades del mundo.
Brasilia es hija de Niemeyer, pero una hija rebelde, dice la Gaceta de Galicia. El carioca, que en diciembre cumplió 102 años y sigue activo, perdió el año pasado una batalla con el Gobierno local de Brasilia por la construcción de la Plaza de la Soberanía. Esta incluía un obelisco inclinado de 100 metros de altura en la Explanada de los Ministerios.
El Instituto del Patrimonio Histórico, la oficina de la Unesco y el 70% de la población de la ciudad rechazaron el proyecto. Y es que Brasilia, medio siglo después, ya no reconoce ni al hombre que la inventó.