Los frondosos samanes que crecen a orillas del río Babahoyo son los vigías de la Casa de Olmedo, una estructura histórica y patrimonial situada en la capital de Los Ríos.
Con cada pisada se oye el rechinar de las tablas que cubren la planta baja de la casona de dos pisos. Por ahí, hace más de 200 años, caminó el poeta y escritor guayaquileño José Joaquín de Olmedo, quien heredó de su padre la hacienda La Virginia.
En esa época la villa era el centro de un extenso terreno de más de 1 700 hectáreas. También fue un escenario trascendental de la política del país, pues en una de sus habitaciones, entre el 17 y 18 de junio de 1845, se firmaron los acuerdos que pusieron fin al gobierno de Juan José Flores.
Hoy, la hacienda ocupa tres hectáreas. En ese espacio, la Casa de la Cultura de Los Ríos desarrolla un proyecto turístico y cultural, con el apoyo de la Universidad Católica de Guayaquil.
El plan incluye la construcción de un auditorio, una galería de arte, un sitio para la exhibición de reliquias, áreas verdes y dos comedores, uno de ellos flotante para conservar la tradición riosense de las casas sobre el agua.
La primera fase fue en 2006 e incluyó la restauración de la casa, a un costo de USD 200 000. Su administrador, Valentino Vanegas, explica que toda la estructura (de 20 metros de largo por 18 de ancho) fue revestida de roble, proveniente de Esmeraldas.
En su interior, los fuertes pilares y las 12 vigas que la sostienen son la huella de arquitectura de la época. “Son de puro moral, la historia cuenta que trajeron la madera de España”, relata Don Ángel, guardián del sitio.
Sus columnas se alinean una tras otra en la parte baja. En uno de estos robustos puntales reposa una foto en blanco y negro. Es del año 1900, una de las imágenes más cercanas a la estructura original: amplia, con paredes de madera y techo de tejas de donde surge un pequeño mirador.
Este último espacio no se logró recuperar. Estaba muy deteriorado. Vanegas dice que ese pudo haber sido el sitio cómplice de la inspiración de Olmedo para escribir ‘La victoria de Junín’ o ‘Canto a Bolívar’, poema que resalta en la sala de la casa.
A cada paso, un aire español ronda por los corredores. Es el estilo arquitectónico que impera en la edificación. Los amplios pasillos, de dos metros de ancho, están ataviados con arcos de media punta y ventanas de chazas.
Las lámparas de hierro forjado son el detalle más relevante de la decoración. Funcionaban con candil y fueron adaptadas para funcionar con electricidad.
Las puertas abiertas invitan a recorrer la que fue la habitación del político. Ahí se improvisó una pequeña sala con muebles de la época, vestidos de terciopelo rojo. En las paredes descansan los retratos de Olmedo y su esposa, María Rosa de Icaza Silva.
Cerca, está su despacho. En el centro sobresale un viejo escritorio. Sobre su cubierta de roble macizo se firmaron los tratados que pusieron fin a la revolución del 6 de marzo 1845. A su alrededor, el espíritu de Olmedo, Vicente Ramón Roca y Diego Noboa vive en sus retratos al óleo.