La casona de doña Beatriz de Lara fue construida en 1930. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Aquí nació y se resiste a dejarla. Leonardo Lara, montuvio de sombrero de paja, es el único habitante del hogar que sus abuelos levantaron al pie del río Daule. “Todos murieron. Solo la casa sigue en pie”.
La casona de doña Beatriz de Lara, como la conocen los dauleños, parece un espejismo frente al malecón de este cantón del Guayas. Es el corazón de una antigua hacienda que data de 1930. Sus viejas tablas aún soportan el retrato de su dueño: don Felipe Lara. “Es puro laurel prieto”, dice su nieto.
Esta es una de las clases de vivienda vernácula montuvia del Litoral. El arquitecto Arturo Chang es un apasionado por estas construcciones milenarias, y está convencido de que, si bien desde Esmeraldas hasta El Oro hay rasgos particulares, su esencia no varía. “La arquitectura montuvia es bioambiental; aunque ciertos materiales cambiaron, conserva su alma en la distribución de espacios. Ese ADN no se pierde”.
Al hablar de esos espacios, Chang la compara con un hombre. Su fortaleza, dice, está en su diseño constructivo: de piel de caña y esqueleto de madera del bosque seco de la Costa, con huesos de guayacán, algarrobo, guachapelí, laurel…
Rigoberto Alcívar vive en el recinto Ribera Opuesta, en Daule, y levantó su humilde hábitat con sus propias manos. “Son pilares macizos. Los troncos están empalmados para aguantar el peso y el tiempo”.
La curiosidad por descubrir el secreto de esa resistencia llevó a Segundo Chávez, gestor cultural de Salitre (Guayas), a hurgar en la historia. “La madera y la caña son cortadas en luna creciente, para espantar a las intrusas polillas. Así lo legaron los antiguos”, cuenta.
Al meterse en la vivienda, Chang asocia la sala con el corazón. En un solo ambiente se conjugan el comedor, los muebles, las fotos y hasta los recortes de revistas que marcan la impronta de cada hogar.
Demetrio Morán conserva retratos de vivos, de muertos y de Rambo. El póster enorme aparece al atravesar el portal.
Los Morán viven en la hacienda Santa Ana, de Daule. Por costumbre, pasan las tardes en la ‘planta baja’ -casi toda son casas sobreelevadas, por las inundaciones-. Allí improvisan banquetas, guindan hamacas y construyen corrales.
Es el área de descanso. O los pulmones para respirar aire fresco, como afirma Chang. Pero si se busca un espacio característico, ese es la cocina. O el vientre, como el arquitecto lo bautizó. Aquí, la familia montuvia pasa gran parte del día, alrededor de los fogones.
Chang presta particular atención a los lavaderos, de caña entretejida que sobresalen por un ventanal con vista al campo. Allí se escurren las ollas y platos del día. Leonardo Lara pasa gran parte del tiempo allí, donde atesora un viejo fogón que quizá tenga su misma edad -68 años-. “Aquí nací, aquí moriré”.