Cóngoma Grande preserva el bosque nativo

Telmo Aguavil es el protector de 8 hectáreas de bosque primario en la comuna Cóngoma Grande.

Telmo Aguavil es el protector de 8 hectáreas de bosque primario en la comuna Cóngoma Grande.

Telmo Aguavil es el protector de 8 hectáreas de bosque primario en la comuna Cóngoma Grande. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO

En la comuna tsáchila Cóngoma Grande aún se preservan 8 hectáreas de bosque primario. Están al cuidado de la familia Aguavil desde hace alrededor de 30 años.

El ingreso al bosque está a escasos 100 metros de la casa de Telmo Aguavil. Él recuerda que hace 30 años su suegro, Samuel Aguavil, le obsequió un terreno al lado de su casa.

Junto a su esposa, Catalina Aguavil, decidieron ingresar al terreno boscoso para medirlo y analizar el tipo de suelo. Su intención era deforestar la naturaleza para sembrar plátano, yuca y frutas tropicales.

Pero mientras caminaban por el bosque empezaron a reconocer varios árboles que no veían desde su niñez, y que en la comuna ya no existían. También encontraron huecos en la tierra, que fueron hechos por animales en vía de extinción, como la guanta.

También escucharon -a lo lejos- el sonido de las aves. “En ese lugar encontramos tanta paz que no queríamos salir”.

La familia Aguavil decidió proteger el bosque. Desde entonces iniciaron un proyecto para evitar que los comuneros cazaran guantas y armadillos en sus predios. Tuvieron que reunirse con las autoridades de Cóngoma Grande para convocar a asambleas generales, en las que las familias del sector se comprometieron a cuidar el ambiente.

Sin embargo, el único remanente de bosque que aún se conserva en la comuna es la de la familia Aguavil. Allí, otros tsáchilas continuaron con la deforestación para cultivar plátano, yuca y frutas de temporada, como maracuyá. Al menos 15 hectáreas de bosque primario fueron taladas.

Aguavil señala que los animales que vivían en esas hectáreas empezaron a refugiarse en su bosque, al que denominó Reserva Ecológica Sayama, que traducido del tsa’fiki al español significa serpiente.

Hace cinco años, la familia Aguavil inició un proyecto para recuperar especies de árboles nativos que no había dentro del bosque. Han sembrado en los alrededores unas 30 especies de ceibo, chechero, lonko (tangaré), fuka (sandy), bejucos, frutales, entre otros.

Catalina Aguavil buscó asesoría sobre el tipo de árboles que podía plantar en los linderos del bosque, para atraer a más animales. “Queremos que el bosque sea la casa de los animales y nosotros, su familia”, dice. Ella sembró mora silvestre y frutas tropicales. Desde entonces han llegado aves de diferentes especies, incluso búhos y lechuzas.

Aguavil afirmó que luego de una medición del terreno se determinó que tiene 5 hectáreas de bosque nativo. Además, en la propiedad que heredó de su padre, Eduardo Aguavil, también conserva 3 hectáreas más de bosque nativo.

En esos remanentes han encontrado plantas como la necuranka, que era utilizada por los ancestros tsáchilas como pegamento, debido a que tiene un líquido pegajoso en el interior de la semilla.

También han descubierto propiedades de más de 40 plantas nativas como la pi’tuli chapil, bilí, entre otros. Estas plantas pueden incluso suplir a cremas para quemaduras y a analgésicos, según ellos.

En abril, en este bosque se reunieron los chamanes más poderosos de la etnia, para celebrar la fiesta Kasama (Año Nuevo), una de las más tradicionales de los tsáchilas.

Aguavil señaló que a su bosque también han ido investigadores y estudiantes para analizar el ecosistema, el agua del estero y las plantas nativas.

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