Los británicos repasaron clásicos de álbumes anteriores como Running Wild de ‘Killing Machine’ (1978), Grinder de ‘British Steel’ (1980), Sinner de ‘Sin After Sin’ (1977) y Ripper de ‘Sad Wings of Destiny’ (1977). Foto: Eduardo Terán/ EL COMERCIO.
Rob Halford, el ícono. Rob, el ‘Metal God’. Extasiado, paseaba sobre el escenario, embestido por la masa capitalina que sigue su voz. Maloik al cielo y Richie Faulkner se une al ritual. “I’m your turbo lover, tell me there’s no other!”. Scott Travis, en segundo plano, sonríe; agita sus baquetas y armoniza con la base sonora del bajo de Ian Hill. Andy Sneap debuta con sus cuerdas y Ecuador lo recibe, lo acepta en reemplazo de Glenn Tipton y ejecuta los riffs clásicos con virtuosismo metalero que exige Judas Priest. En su primera visita a Quito, la noche del domingo 28 de octubre del 2018, la banda del tridente y el acero británico debutó junto al thrash metal alemán de Kreator, liderada por la furia de Mille Petrozza.
La llegada de Judas Priest y Kreator convocó al movimiento desde provincias como Cuenca, Guayas, Santa Elena, Los Ríos, Carchi, Tungurahua e Imbabura.
A las 17:30, cientos de fanáticos vestidos con distintivo de las bandas europeas cubrían los exteriores del Coliseo General Rumiñahui. Banderas se flameaban hacia el cielo, pero, en lugar del cóndor del escudo como protagonista, las insignias levantaron leyendas como “Ecuadorian flag of hate”, cobijadas por ángeles de la muerte.
Pronto, el símbolo de la agrupación guayaquileña de heavy metal, Black Sun, auguraba el inicio del encuentro. Los ojos enrojecidos de un muñeco poseído gravitaban en el escenario, mientras un anciano lo levantaba para darle paso a canciones como Robert The Doll, basada en una historia de terror finlandesa, y Let me be, primer sencillo de ‘The Puppeteer’, su tercer álbum de estudio. Chemel Neme, Christopher Gruenberg, Santiago Salem, Nicolás Estrada y Carlos Julio Paredes encendieron motores en la masa capitalina que clamaba por el ingreso de Kreator.
Mille Petroza, vocalista de la agrupación alemana de thrash metal Kreator, levanta su bandera antes de iniciar Flag of Hate en el show que presentó el domingo 28 de octubre del 2018. Foto: Eduardo Terán/ EL COMERCIO.
¡Kre-a-tor, Kre-a-tor! gritaban al unísono. Furia, distorsión y vértigo. Así se inició el show de Kreator, con Petrozza en el centro. Mars Mantra dio paso a Phantom Antichrist, canciones que destacan del álbum homónimo, presentado en el 2012.
“Estamos felices de estar aquí, en Quito. Es la tercera vez que venimos y recuerdo algo de ustedes. ¿Quieren saber qué es? ¡Montaron un ‘mosh pit’ increíble, quiero verlos bailar!”, dijo el vocalista. La cancha del Coliseo Rumiñahui devolvió a Quito el espíritu imperecedero que solo puede ser puesto en escena con ese símbolo de la catarsis: el pogo.
Cuando Sami Yli-Sirniö, Christian Giesler y Ventor alistaban sus instrumentos para Hail to the Hordes, el público ingresó en un trance. Una joven, de 25 años, guardó rápidamente sus pertenencias; las aseguró en su mochila y, sin pensarlo, se unió a la danza. Compaginados, la liberación era un lenguaje vivo. En el ‘mosheo’ se conocen todas las reglas, se da y se recibe. Los brazos al aire, el cabello al cielo y las piernas rodean a la multitud. El ciclo se repite.
Siguió Enemy of God (ya un clásico del 2004) y Satan is Real, sencillo con el que Kreator regresó a la escena internacional en el 2017 con el álbum ‘Gods of Violence’. El ‘mush pit’ continuó en Civilization Collapse y Petrozza alentaba a la masa.
A las 20:00 llegó el clásico. “It’s time to raise the Flag of Hate!”, dijo el cantante. Del vinilo de 1985, la canción armó nuevamente la danza y el descontrol en el recinto. Las manos cornutas encendían más a la banda que recorrió su obra musical con Phobia y Fallen Brother.
A Kreator le tomó ocho años regresar a territorio ecuatoriano pero la intensidad de sus seguidores no ha cambiado. Desde adolescentes que los descubrían, a adultos fieles a su generación y veteranos metaleros, seguían sus clásicos. “Nosotros somos Kreator y ustedes son las hordas del caos”, clamó Petrozza para cantar Hordes of Chaos y Violent Revolution.
Con la promesa de volver, la masa pidió una última canción y, con el escenario teñido de rojo, la banda se despidió con Pleasure to Kill. Eran las 20: 30 y pronto, Judas Priest conocería por primera vez a Ecuador.
El tridente, ícono emblemático de Judas Priest, apareció en un manto que cubría el escenario antes de que presentaran su concierto el domingo 28 de octubre del 2018, en el Coliseo General Rumiñahui. Foto: EL COMERCIO.
El tridente, ícono emblemático de la agrupación británica, apareció en un manto que cubría el escenario. En la primera fila, un seguidor sostenía una bandera: ‘Ecuador Bent for Leather’ para Judas Priest. ¡Olé, olé, olé, olé, Judas, Judas!, gritaba el público. Estaba impaciente, ávido por conocer a una de las leyendas vivas del heavy metal a escala mundial.
A casi 50 años de trayectoria musical, Judas Priest quería dejar en claro que su música es atemporal, alineada a los principios del género pesado y, sobre todo, poderosa. A las 21:00, el manto cayó y ahí estaban: Rob Halford, Ian Hill, Scott Travis, Andy Sneap y Richie Faulkner. Siete tridentes los acompañaban y mucho, mucho cuero. Ceñido con un pantalón de cuero, plata y acampanado, el ‘Metal God’ saludó a la masa quiteña por primera vez y, sin espera, la banda comenzó con Firepower.
Los británicos repasaron clásicos de álbumes anteriores como Running Wild de ‘Killing Machine’ (1978), Grinder de ‘British Steel’ (1980), Sinner de ‘Sin After Sin’ (1977) y Ripper de ‘Sad Wings of Destiny’ (1977).
Las leyendas “Ecuadorian Flag of Hate” y “Ecuador Bent for Leather” protagonizaron las banderas tricolor que Giuliana Jarrín (izq.), Dante Albarelli (centro) y Gabriel Echeverría (der.) elaboraron como tributo a la banda alemana Kreator y la agrupación británica Judas Priest el domingo 28 de octubre del 2018, en el Coliseo General Rumiñahui. Foto: Cortesía Daniel Rodríguez y Giuliana Jarrín.
Entre el público, Saúl Quilambaqui coreó las canciones. No estaba solo. Lo acompaña su pequeño hijo, de cuatro años. Viajó más de 13 horas, desde Cuenca, para alcanzar a la que dice, es la mejor banda en la historia del metal.
Su hijo lleva puesta una camiseta de AC/DC y luce feliz. No es la primera vez que comparten juntos un concierto pero esta ocasión era especial. “Quiero que mi hijo sepa que recorrimos casi un día para ver a Judas. Sé que le va a gustar cuando crezca y es una conexión que compartiremos toda la vida”, comenta.
A la par, Andy Sneap y Richie Faulker protagonizan el escenario. A Halford, por su parte, le gusta estar en segundo plano. Sabe que su voz ha influenciado a todo el movimiento y no necesita de grandes gestos, solo mira a la multitud que lo respeta y lo admira mientras canta Lightning Strike y Desert Plains.
Siempre hay una canción que levanta el puño para reivindicar la resistencia. Y, al igual que ‘Painkiller’, ‘Firepower’ es un álbum que retrata esa esencia, sobre todo, con No Surrender.
En las pantallas, Glenn Tipton aparece con su guitarra. Aunque el mal de Parkinson lo alejó de los escenarios, está presente. Las canciones, de las que es co-autor, lo reviven.
Cuando una banda se convierte en historia, los clásicos son obligatorios. Y así, el escenario regresó a 1986, para cantarle al ‘Turbo Lover’. Faulkner es un provocador. Mira a cada seguidor, les muestra su guitarra, los alienta a seguir cantando. Sigue Tyrant, Nights Come Down y Rising From Ruins.
No hay mosh esta vez. Están contagiados por la voz de Halford que, a las 22:00, se ha cambiado más de tres veces. Su estética es clara: el cuero se compagina con el metal. Regresa Freewheel Burning y Another Thing Coming.
Las luces se apagan y, poco a poco, el gruñido augura la entrada de una Harley Davison. Imponente, el vocalista ingresa frente a la masa, que está impávida. Aunque se vea en videos o fotografías, el ‘frontman’ se roba el show y, como es de esperarse, Hell Bent For Leather retumba en el escenario. Le siguió la canción más coreada de la noche: Painkiller.
Rob Halford, vocalista de la banda británica Judas Priest, elevó la bandera ecuatoriana en su primer concierto en el Coliseo General Rumiñahui la noche del domingo 28 de octubre del 2018. Foto: EL COMERCIO.
Cuando el himno terminó, Halford tomó una bandera tricolor. La erizaba frente a sus seguidores. La levantó y la besó dos veces. El gesto del vocalista configuró uno de los momentos más emotivos del encuentro. Quito respondió con una ola de aplausos.
Un corto descanso no paró a Judas Priest. Faltaban tres canciones y el público los esperaba. ¡Qué grandes son, carajo!, gritaban los seguidores que agitaban sus camisetas cuando sonó Electric Eye.
A Ecuador llegó esa canción que catapultó a la banda a la escena internacional. Ese Breaking The Law que suena en la zona ‘underground’ de Quito y en los encuentros multitudinarios en Europa. La gente saltaba, los miraban. Halford le cantaba al cielo y la Davison descansaba en el centro.
Su voz, algo cansada pero enérgica, virtuosa y armónica, cerraba con Living After Midnight. Sus seguidores lo sabían y en la masa se desplegó un eco de la canción ícono de ‘British Steel’. Prometían volver con una obra musical que no se puede censurar cuando hay un público que los respalda, que ríe con ellos, que se libera en un domingo a las 23:00 a las puertas de una rutina semanal con una única seguridad: siempre, siempre romper las reglas.