Olga Mocoshigua también confecciona artefactos de barro y vende a los turistas. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO.
Un colorido paisaje y el trinar de las aves dan tranquilidad al visitante que ingresa a la comunidad indígena de Wayuri, en la zona rural de Pastaza.
Allí, en medio de la selva, un grupo de comuneros kichwas se organiza para ofertar gastronomía ancestral, caminatas y la oportunidad de compartir algunas costumbres de esta etnia. Invitan a los visitantes a fabricar cerbatanas y coloridas artesanías con semillas.
Este pequeño asentamiento kichwa está integrado por siete familias quienes trabajan desde hace dos años en turismo comunitario. Esta actividad es prácticamente el principal sustento de 40 habitantes de este pueblo asentado en el kilómetro 16 de la vía a Macas.
Para llegar al sitio hay que entrar por un camino de segundo orden desde la carretera y avanzar durante 10 minutos. El trayecto implica cruzar un puente sobre el río Puyo.
José Vargas es uno de los tres guías nativos del asentamiento. Él lideró una visita que hizo un grupo de visitantes que llegó de Ambato acompañado del guía naturista Patricio Garcés, operador turístico de Native Jungle de Puyo. Esta operadora oferta esos recorridos.
Olga Mocoshigua es la esposa de Vargas. La mujer da la bienvenida a los visitantes y les ofrece un pilche lleno con chicha de yuca que ellos mismos elaboran. La bebida fermentada durante tres días refresca el inicio de una travesía en la selva donde las temperaturas alcanzan los 28 grados centígrados.
“Es una bebida ancestral de nuestros abuelos. Antes la masticaban, pero ahora solo se machaca y se fermenta. Esta refresca y a la vez llena el estómago”, explica la mujer que viste un atuendo elaborado con semillas, hojas de plantas y fibras de la selva.
Los habitantes de Wayuri guardan y cuidan en su comuna 200 hectáreas de bosque primario por donde hacen las caminatas. Ahí explican las bondades de cada una de las plantas medicinales.
Con ayuda de Mocoshigua, los viajeros caminan por un estrecho sendero hasta el afluente de agua clara. Juan Miranda, turista ambateño toma fotografías de cada sendero.
En el camino, los nativos hacen pausas intermitentes y muestran especies como la sangre de drago que puede curar úlceras del estómago, y la lengua de vaca, una planta de la selva que según ellos ayuda a prevenir el cáncer.
Al retornar, un grupo de mujeres vestidas con sus trajes nativos sorprenden a los visitantes con un baile autóctono. Se mueven al ritmo del bombo elaborado con la piel de sajino. La danza se asemeja a un ritual que tarda 20 minutos.
Vargas lleva en la mano la bodoquera o cerbatana y hace demostraciones de una jornada de caza ancestral.
En esta comunidad se ofrece alojamiento en una cabaña edificada con madera o se puede hacer turismo vivencial. Ofrecen como plato el maito (pescado envuelto en hojas de vijao y asado al carbón).
El ritual de la wayusa es parte del viaje y se inicia a las 03:00. También pueden ser parte de la preparación de la chicha con la yuca que ellos mismos siembran. En el centro poblado funciona un centro artesanal donde ofrecen collares, brazaletes, aretes y anillos elaborados por las mujeres del pueblo.