La tecnología y la ciencia son fundamentales en la actual sociedad occidental. El alto índice de penetración de la Internet ha hecho cotidiano el uso de términos anglosajones como ‘e-mail’, web, ‘wireless’ e incluso la acción ‘copy – paste’, a pesar de que tiene una traducción literal: copiar y pegar.
El antecedente histórico de la hegemonía del inglés en la computación se remonta a la post-Segunda Guerra Mundial. La crisis europea permitió que EE.UU. desarrollara la informática y fuera, en muchos casos, pionera en la comercialización de tecnología para el uso cotidiano en los hogares. Para muchos eso fue un signo de imperialismo e imposición. El inglés es el idioma natural, por ejemplo, de los programadores de software en cualquier región del planeta. Las revistas especializadas de ciencia están en inglés e incluso en las propias universidades de Iberoamérica existe el requisito de tener un resumen en inglés de las tesis.
El aprendizaje de una lengua universal como el inglés es la clave para el acceso a la sociedad del conocimiento, al menos si se mantiene un modelo de desarrollo occidental.
Sin embargo, el inglés no debiera llegar solo como una imposición de la tecnología, el sistema educativo debiera asumir otros retos. La aceptación de terminología anglosajona debe tener un proceso crítico y de interiorización. No es lo mismo repetir palabras y frases que vienen incrustadas en programas y aplicaciones que entender cuál es el proceso y el concepto -en muchos casos científico- que está detrás de una acción. No es lo mismo decir ‘wireless’ que inalámbrico y entender que en el mundo hay un proceso para simplificar las conexiones.
El aprendizaje de una segunda lengua debe tener una reflexión y entendimiento para poder realmente entrar y participar y aportar activamente en la construcción de conocimiento. Un modelo educativo pudiera proponer un entendimiento, incluso cultural y narrativo, de la lengua extranjera.