La reactivación del Cotopaxi y el más que probable fenómeno de El Niño traen aparejados otros ángulos que, aunque no tienen la coyuntura de estos eventos, al final son de primordial importancia para los ciudadanos.
Uno de estos perfiles es la adquisición de la vivienda propia. Generación tras generación, nuestros padres nos han inculcado que lo más importante es contar con el ‘techo propio’.
Lamentablemente, y como estamos observando en Los Chillos o Latacunga, el deseo de tener la casita hizo que las personas no tomaran en cuenta factores tan básicos -pero tan olvidados- como la ubicación del inmueble o la urbanización; su colindancia con zonas de riesgo potencial, como ríos, acantilados, zonas bajas, volcanes; o los accesos y las salidas -vehiculares y peatonales- que poseen.
Como sucede, cuando se adquiere un bien inmueble, la compra no apunta solamente a tener un lugar de cobijo y hábitat; también tiene una proyección para el futuro.
La mayoría de los ciudadanos compra una vivienda para utilizarla por mucho tiempo. Y equivocarse significa perder los ingresos de toda la vida.
Pero si esta falta de cuidado de la gente al comprar su casa es penosa; es muy cuestionable el comportamiento de las entidades encargadas de dictar las políticas del uso del suelo en las ciudades y zonas mentadas.
¿Por qué? Porque permitieron que se levanten condominios, urbanizaciones y viviendas en las zonas de riesgo; unas construcciones que las mismas ordenanzas municipales no aprueban.
El caso del coloso es un ejemplo. En el 2000 ya se vivió algo parecido. Pero una vez pasados los sustos, se volvió a lo mismo. Con más fuerza y cero control.