Belo Horizonte. El proyecto Hambre Cero logró nuevas políticas de participación social, regulación del mercado y abastecimiento, entre otros.
Una preocupación principal dentro de la Nueva Agenda Urbana es el crecimiento poblacional en las ciudades y cómo desarrollar, con este panorama, localidades sostenibles. Migraciones rurales o grupos de refugiados se dirigen hacia las urbes porque tienen “un mecanismo de atracción”.
La gente cree que cuando llegan a estos sitios encontrará oportunidades, señala Ertharin Cousin, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos (PMA). Estas aristas, que se manejan en la agenda global, inciden en los sistemas de alimentación.
En el marco del encuentro de ciudades sostenibles, Hábitat III, que se llevó a cabo del 17 al 20 de octubre en Quito, se planteó la importancia del cambio hacia los sistemas alimentarios ciudad-región y las redes de seguridad alimentaria. Ambas son herramientas claves para un desarrollo que englobe una de las necesidades básicas del ser humano: comer.
Los sistemas alimentarios ciudad-región son parte del programa ciudadano de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Este se enfoca en estrechar las relaciones entre los espacios urbano-rurales para aumentar el acceso a la comida, generar empleo, crear resiliencia, promover el manejo de ecosistemas y recursos naturales, entre otros. El proyecto abarca la red de actores, procesos y relaciones desde la producción alimenticia; manufactura y procesamiento: venta y consumo, y el manejo de desechos en una región geográfica determinada.
Acciones más concretas que reflejan este ideal se recopilaron como parte del Pacto de Políticas Alimentarias de Milán (2015). Marco Grandi, director del departamento de cooperación al desarrollo de Milán, presentó en Hábitat III algunos de los logros del pacto, al que ya se han suscrito 130 ciudades. Su objetivo es comprometer a las metrópolis en la implementación de sistemas alimentarios sostenibles. Brasil, Francia y España ya proponen soluciones a corto y largo plazo en sus cabildos.
En Belo Horizonte, Brasil, el proyecto Hambre Cero se logró con políticas de participación social, regulación del mercado y restaurantes populares subsidiados.
Una de las claves que enmarca la ciudad-región es la zonificación de compra agrícola. La Secretaria de Seguridad Alimentaria e Inclusión cuenta con una base de datos de productores próximos a Belo Horizonte que les venden alimentos para nutrir a sus circuitos: escuelas, restaurantes, etc. De este modo aseguran la llegada de productos frescos, sanos y reducen la emisión de carbono por el traslado.
En París la agricultura urbana se ha convertido en un puntal del desarrollo sostenible. Ahí se promueven emprendimientos ecoamigables. Para el año 2020 tienen la meta de contemplar 33 hectáreas de techos y paredes cultivables. Hasta el 2015 la meta fue 111 jardines comunitarios que reunían aproximadamente 3 000 miembros quienes ahora promueven el consumo de productos de estación.
En el caso de Madrid , el proyecto Agrocomposta todavía sigue en su plan piloto. Es una experiencia en la que participan 200 hogares, un mercado municipal, diversos grupos de consumo, comedores escolares y huertos urbanos comunitarios. Las familias llevan sus residuos orgánicos a puntos de recogida. Allí se realiza un tratamiento de los residuos en terrenos agrícolas cercanos al Municipio de Madrid, donde cada agricultor hace el compostaje de unas siete toneladas de residuos para obtener entre tres y cinco toneladas de compost para los terrenos que cultiva.
El PMA, por otro lado, concentra sus esfuerzos en la accesibilidad de estos sistemas para personas vulnerables. Como proyección para los siguientes 20 años, Cousin señala la importancia de un sistema que llegue integralmente a las personas. “Necesitamos sistemas alimentarios que apoyen el cultivo de alimentos nutritivos y la logística para que esa comida llegue a las ciudades, que todos tengan acceso a ella todo el año”.