El Metro de Medellín es tomado como un modelo de funcionalidad y, asimismo, de armonía con el quebrado entorno de esa ciudad colombiana.
Las ocho estaciones de metrocables, que comunican a este sistema con los barrios populares altos, como Santo Domingo Savio, también son consideradas un acierto.
Sin embargo de eso, el Metro paisa tuvo que sortear muchos inconvenientes -técnicos y económicos- que deberían ser analizados por quienes están embarcados en la construcción de un sistema parecido, como Quito.
Lo primero que Medellín aprendió es que el precio inicial siempre varía y, a veces, se dispara a la estratósfera. Los USD 1 050 millones del cálculo inicial se duplicaron a
2 100 millones, según el diario El Tiempo del martes pasado.
Gran parte de ese incremento tuvo que ver con el tratamiento de las redes secas, eléctricas, húmedas y de índole parecida; que estaban enterradas. En el Metro paisa, solo los costos de las obras civiles aumentaron por las excavaciones en un 40%. La ausencia de planos de las redes potenció el problema, según El Tiempo.
Quito posee, asimismo, las líneas de algunos servicios básicos soterrados y una adición más: varias de las quebradas que se rellenaron para completar el damero urbano serán cruzadas por el Metro.
Obviamente, las obras en esas zonas requerirán de trabajos especializados y más cuidadosos, porque el suelo es menos compacto y más difícil de manejar. Y, probablemente, demande egresos económicos extras.
Por esas y otras razones, los especialistas paisas recomiendan a los bogotanos no implementar un Metro subterráneo. El de Quito ya no tiene vuelta atrás y es necesario. Pero es mejor aprender del caso paisa… a tiempo.