En el taller José Moreta trabajan en el tejido de las bayetas. Le toma un día completo tejer esta prenda. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Los delgados hilos que cruza José Moreta en su telar, dan forma a una fina y suave tela de color blanco. Es la bayeta o vara y media que es considerada como una de las prendas más preciadas por las mujeres de la comunidad indígena Salasaka.
Esta es el complemento de su vestimenta compuesta por el anaco negro, una chumbi o faja, la blusa blanca con bordados y el reboso. Hay de colores rosado, morado, verde y negro. Cada uno se usa de acuerdo a la ocasión, cuenta Agustina Jiménez esposa de José.
La finura de la tela dependerá del hilado que la mujer realice con la lana de borrego. Es esta comunidad ese trabajo está a cargo de las mujeres. Lo realizan mientras pastorean a los animales o asisten a las reuniones de las organizaciones y en los tiempos libres.
Agustina aprendió a hilar en el guango con ayuda de su madre María, una experta artesana de la localidad. Todo este proceso puede demorar de seis meses a un año, todo dependerá de la cantidad y la calidad de fibra que necesita para tejer.
“Confeccionar una de estas prendas puede demorar un día. Cada hora avanzamos unos cinco centímetros”, explica José.
En el taller de este artesano se elaboran cinco bayetas a la semana. Estas prendas llevan las mujeres cruzadas en la espalda cubriendo el hombro. Es sujeta con un tupo que se coloca a la altura del pecho para evitar que se caiga.
José, de 60 años, aprendió esta técnica de su esposa Agustina, quien desde los 11 años heredó esos conocimientos de su padre Manuel considerado como uno de los más destacados artesanos de la localidad.
El investigador salasaka, Rafael Chiliquinga, cuenta que la vara y media o bayeta representa los colores del arco iris, armonizando la alegría de la mujer indígena que representa el amor, la dualidad y el complemento de la vida. “Por eso se viste siempre con colores vivos. Dependiendo el evento resalta la feminidad y en ocasiones también la tristeza”.
Para Rafael lo importante en el tinturado es el ritual para la recolección de las flores y hojas de planta como la chilca, el pumamaqui y la cochinilla que se lo extrae del cerro Teligote. A esto se suman los pétalos de flores que dan un olor natural a la prenda. Es todo un proceso.
En la vía a El Rosario está la casa de Rosario Chiliquinga, de 40 años. Con los dedos de la mano izquierda desprende de a poco la fibra apilada en el guango que es un madero de 25 centímetros donde la lana sin procesar poco a poco se convierte en un hilo delgado.
La materia prima la envuelve con la mano derecha en un sigse puntiagudo. “El hilado es como la herencia de dejan nuestros padres y abuelos que aún se mantienen en la parroquia. Esa técnica se aprende desde pequeños. Me gusta hilar lo más delgado posible porque la prenda que se teje sale fina y elegante aunque me demoro un año completo o más. Eso hace que cueste entre los USD 80 y 100”.
Rosario acostumbra luego del tejido darle color utilizando yerbas y flores recolectadas en el cerro Teligote, considerado como una de los sitios sagrados por este pueblo localizado a 12 kilómetros al oriente de Ambato, en Tungurahua.
La artesana explica que el rosado o fucsia claro lo visten habitualmente las chicas adolescentes y solteras. “Es la señal para que los jóvenes sepan que está soltera. Las bayetas con un rosado más oscuro significa que son casadas o las negras y moradas que una persona está de luto. Cada uno tiene su significado y por eso la importancia de llevarlo”.
En el tinturado también usan la cochinilla que se reproduce en los cactus. A los seis meses está lista para la cosecha. Es recolectada y luego es aplastada. El líquido se hierve en agua y se introduce la prenda blanca y va tomando el color. “Esta técnica es ancestral la que aplicamos por varias generaciones”, dice Rosario.