En Cojimíes, sus habitantes cuentan sus tradiciones en recorridos turísticos

En la localidad, la pesca es la principal fuente de ingreso. También se dedican al ecoturismo.

En la localidad, la pesca es la principal fuente de ingreso. También se dedican al ecoturismo.

En la localidad, la pesca es la principal fuente de ingreso. También se dedican al ecoturismo. Foto: Juan Carlos Pérez/EL COMERCIO

El estuario del norte de Manabí, en la localidad de Cojimíes, es un testigo silencioso de las tradiciones e historias de los montuvios que lo habitan. Se encuentra frente a un atracadero de embarcaciones de pescadores que permite avistar la magnitud de todo lugar. 500 metros de distancia separan la playa del estuario.

Es posible llegar allí a bordo de una lancha pesquera, que se presta para la aventura que emprenden los turistas que llegan a conocer las maravillas naturales de Cojimíes. Tras un viaje de cinco minutos, el primer contacto que se tiene es con la isla del Amor, una suerte de ensenada que se abre espacio en la mitad del mar.

Los nativos de esa parroquia cuentan que el lugar -de 50,39 hectáreas- se desprendió de la playa de Cojimíes como producto de la resaca de las olas.

Hasta hace unos 100 años, los habitantes de ese entonces solo conocían las islas Esmeraldas y Júpiter, que aún existen, pero dejaron de ser frecuentadas porque se distanciaron del territorio continental.

Julio Montesdeoca
cuenta que la cercanía entre las islas era tal, que cuando los vecinos se pedían favores solo se gritaban de un lado a otro y el mensaje llegaba tan claro que a los pocos minutos el encargo se recibía sin contratiempos. Por lo general eran víveres, condimentos o productos del mar lo que se solicitaba a modo de intercambio.

Montesdeoca, de 40 años, lo sabe por su abuelo materno Catalino Parra. De las actuales tres islas, la Esmeraldas era la más prominente para los montuvios manabitas. De ahí sacaban la paja toquilla y la caña guadúa que les servía para construir sus covachas en el poblado colindante. También se cree que habría sido una trinchera de combatientes o un lugar que sirvió para esconder tesoros.

Julio César Montesdeoca, otro habitante de Cojimíes, asegura que sus padres le ­contaban que en la isla se encontró un antiguo galeón, que habría varado por los bajos caudales del sitio.

Montesdeoca cuenta, además, que en su niñez encontró enterrados en la arena unos clavos de acero que le cubrían dos cuartas de su mano. “Pudieron ser de la embarcación que con los años se la vio descomponer”, señala.

Los montuvios también dan testimonios de que sus antepasados encontraron vasijas de barro y artesanías extrañas, como argollas y collares.

Estas historias se cuentan durante el recorrido turístico que los nativos de Cojimíes realizan mientras muestran sus encantos al turista.

Hoy en día, la isla del Amor es la de mayor actividad por las frecuentes visitas que se hacen hacia ese punto en el Pacífico. Su nombre lo recibe gracias a la fauna local, ya que es un área ideal para el apareamiento de aves, hecho que sucede entre julio y agosto.

Las gaviotas, pelícanos y una especie de ave que los montuvios conocen como piura construyen sus nidos en esta isla. Este fue un motivo para que la Prefectura de Manabí la declarara, hace un año, área de conservación provincial.

Los turistas se maravillan por la laguna de agua salobre que se forma en el centro de la isla. El líquido que llena la oquedad ingresa por el costado derecho, en una suerte de canal natural que se abre entre la arena isleña.

Fernanda Sánchez, visitante de Santo Domingo de los Tsáchilas, llegó el pasado l 7 de enero a la isla del Amor. Al llegar allí tuvo plena conciencia del paraíso que es el sitio, y que antes conocía solo por fotos y comentarios de amigos y familiares. Para ella, el recorrido fue enriquecedor ya que no solo conoció el atractivo natural sino que aprendió su historia.

Esta zona es parte del sistema hidrográfico del corredor natural Bunche-Cojimíes y hábitat de 253 especies, según el Ministerio del Ambiente.

Sus habitantes aprovechan esos recursos para la subsistencia y también invitan a los turistas a experimentar actividades locales como la recolección de la concha.

Durante el recorrido fluvial se observan a mujeres concheras en la obtención de ese recurso dentro del manglar. Ellas están dispuestas a mostrar cómo realizan su trabajo diario.

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