El cine de Brasil ha logrado trascender sus propias barreras idiomáticas y geográficas para revelarse como un espejo de la sociedad, pero a la vez como una extensión de su cultura.
Con más de un siglo de vida, el cine brasileño ha trasladado a la gran pantalla temas que son objeto de debate y preocupación de una comunidad en constante desarrollo. Pero también ha sabido adaptarse a los requerimientos estéticos y narrativos de una industria basada en el entretenimiento.
Ahora, el Mundial de Fútbol vuelve las miradas sobre un país que ostenta su talento deportivo, y en esa coyuntura el cine local aparece como una mirilla que pone más cerca -con un lenguaje propio- una realidad más profunda y panorámica sobre su gente, su cultura, sus logros, sus retos y sus frustraciones.
Nacidos bajo el influjo de la Novuelle Vague y el Neorrealismo italiano, a partir de los 50 surge un grupo de directores agrupados en el movimiento del ‘Cinema Novo’, bajo la consigna de llevar una cámara en la mano y una idea en la cabeza. Aparecen Nelson Pereira Dos Santos, Glauber Rocha, Carlos Diegues, Joaquín Pedro de Andrade y otros que empezaron a experimentar con retratos íntimos sobre la miseria, el hambre y la violencia.
La historia de un hombre que se une a un grupo religioso para luchar contra el sistema latifundista, en ‘Dios y el diablo en la tierra del sol’ (Glauber Rocha, 1964 ) puede contrastar con el éxtasis del Carnaval que se vive entre desfiles y amoríos en ‘Orfeo Negro’ (Marcel Camus, 1959).
Pero son dos obras que se inscriben en el contexto del nuevo cine latinoamericano que el crítico de cine Christian León describe en su libro ‘El cine de la marginalidad’, como una herencia de la sofisticación del cine europeo combinado con una estrategia de reconstitución del nacionalismo visual.
La coherencia de los argumentos planteados por el ‘Cinema Novo’ se sostenía de una producción que quería mostrar la acción directa filmando en zonas marginales, con actores naturales y sonido directo.
Surgen así historias como las de los cinco niños que venden maní en los puntos más turísticos de Río de Janeiro en ‘Rio 40 graus’ (Nelson Pereira dos Santos, 1955).
El camino trazado por el ‘Cinema Novo’ es retomado por un nuevo grupo de cineastas que mantienen una tendencia crítica pero con una estética renovada y una forma de relacionarse con el espectador.
En una entrevista para el portal Tierra en Trance, el investigador Ismail Xavier asegura que el cine brasileño se encuentra frente a un panorama complejo en el que la heterogeneidad se configura como un factor común.
El especialista distingue un sector que “continúa la tradición del cine de autor, que es más creativo”.
No obstante, aclara que también existe una “obsesión con el mercado” que lleva a los realizadores brasileños a adaptar sus obras para insertarlas en un circuito más comercial y de públicos masivos.
En ese sentido Fernando Meirelles con ‘Ciudad de Dios’ (2002) y Jose Padilha con las dos cintas de ‘Tropa de élite’ (2007 y 2010) surgen como dos figuras imprescindibles para entender las propuestas estéticas y narrativas del nuevo cine brasileño.