Un estudio publicado en Nature Communications recoge algunos de los secretos genéticos de una de las plantas más antiguas de la Tierra conocida como Welwitschia, especie que habita en el desierto del Namib, ubicado entre Angola y Namibia, en África.
“Esta planta puede vivir miles de años y nunca deja de crecer. Cuando deja de crecer, está muerta“, indica Andrew Leitch, genetista de plantas de la Universidad Queen Mary de Londres en una entrevista publicada en The New York Times el 31 de julio del 2021.
El nombre Welwitschia en afrikáans (‘tweeblaarkanniedood’), quiere decir “dos hojas que no pueden morir”. La especie tiene solamente dos hojas, que se alargan constantemente con el paso de los años. Su vida dura milenios.
De hecho, se cree que algunos de los ejemplares más grandes tienen más de 3 000 años.
El grupo de investigadores, liderado por Tao Wan, botánico del Fairy Lake Botanical Garden en Shenzhen (China), analizó el genoma de la planta para entender su longevidad.
Así, determinaron que, hace aproximadamente 86 millones de años, el genoma completo de Welwitschia se duplicó tras un error en la división celular. Wan mencionó que el “estrés extremo” por un aumento de temperatura en la zona, a menudo se asocia con tales eventos de multiplicación.
Para contrarrestar esta situación, el genoma de Welwitschia experimentó cambios epigenéticos que redujeron el tamaño y mantenimiento energético del ADN de la planta, lo que produjo “un genoma muy eficiente”, agregó el científico.
Por otro lado, mientras la hoja de una planta promedio crece desde los ápices o las puntas de su tallo y ramas, la punta de crecimiento de Welwitschia muere. Sus hojas salen de un área de la planta llamada meristema basal, que suministra células frescas a la especie en crecimiento.
Es así que, una mayor actividad de genes involucrados con el metabolismo de Welwitschia, un crecimiento celular y una resistencia en el área desértica donde habita esta planta, contribuyen a su desarrollo.
El estudio de Welwitschia podría ayudar a los humanos a producir cultivos más resistentes en el contexto del calentamiento global, concluye The New York Times.