La Luna de ayer se tornó naranja para los quiteños y su forma se tergiversaba a largo de la noche. A pocos días que el verano termine, el cielo de Quito parece cambiar de color. La astrónoma Patricia Camacho, docente del Colegio Menor, comenta que esta perspectiva depende netamente de la atmósfera y sus partículas. Obviamente, la Luna siguió siendo del mismo color de siempre.
El cambio de tonalidad de la Luna y el Sol de ayer responde a la excesiva carga de humo (efectos de incendios) que hay en la atmósfera. “Las partículas de humo hacen que la luz que nos llega de los astros cambien de color y se tornen rojizos”, dice la astrónoma. “La luz se reflecta y el ojo humano – dependiendo del ángulo de ubicación- percibe más rojo que azul”, añade.
Esta perspectiva también depende de las masas calientes y frías y el vapor de agua que hay en la atmósfera. Por ejemplo, si la capa de la atmósfera se enfría por condiciones locales, el cielo generará un arco iris. Camacho dice que con la masa caliente también desvirtúa la percepción, pero no hay un efecto específico. El vapor de agua (evaporación del aire) también se incluye en el cambio por las partículas del aire. “Dependiendo de las condiciones climáticas, los gases de la atmósfera cambian de composición”, añade.
La astrónoma recalca que estos cambios no son predecibles. “Tal vez mañana no veremos ninguna tonalidad en los astros porque las corrientes de aire se moverán en sentido diferente”.